Hace una semana, publicaba este periódico que un tercio de los españoles ya conocíamos a algún infectado por coronavirus. ¡Cuántos más serán hoy!
Al paso que vamos, todos tendremos un familiar o amigo que ha muerto solo. La verdad no es la que nos cuentan los ministros en sus eternas y vacías ruedas de prensa, la realidad es la que vivimos. Cada uno.
Cabalga el virus desbocado y las redes se van vaciando de memes a su mismo ritmo exponencial. El español es un genio mofándose de la desgracia, pero cuando ronda la parca, y se instala entre nosotros, ponemos la risa a media asta.
A estas alturas todos conocemos ya a una enfermera o un celador dejándose la vida (y jugándosela) en los hospitales. Una amiga me gritaba el otro día por el guasap que la protección de su marido, médico, es poco menos que de papel y que a los políticos, a todos, ya no les escucha. Que esto es un desastre en el que estamos solos. O así.
Ya cada uno sabemos de un madero, un militar o un guardia civil que apatrulla la patria llevando muertos a que los apilen en un centro comercial, o manteniendo vivos a los que aún no tosemos. Entregan bocatas a los sintecho y cantan serenatas a los niños... Nuestros hijos, encerrados.
Todos somos hijos. Lo éramos hace una semana y todavía ahora... sólo que algunos, huérfanos.
Desde el 10 de marzo, el Gobierno confundió transparencia con omnipresencia. Porque de tanto hablarnos sin parar, va desnudando su impotencia. Que también rima.
La cuarentena ya tiene un ritmo, una cadencia de acontecimientos. Empieza a ser todo muy repetitivo. Sólo que cada muerto tiene un nombre... las estadísticas no lo dan, pero sus cercanos lo rezan.
Muy probablemente esta crisis se estaría llevando por delante al más sabio de los gobernantes. El mismo Churchill perdió las elecciones tras ganar la guerra, pero a nosotros en Moncloa nos ha tocado una tropa que parece no saber que ninguna estrategia política derrota a la verdad. Que no hay marketing que acabe con la realidad.
Cuando decides pasar a la historia en vez de cambiarla, pero te faltan camas y compras test de mercadillo; cuando los que nos curan caen enfermos y mueren los que nos salvan, entonces llega el día en que te apuntan todos los dedos: la gente sólo tiene uno para elegir culpable.
Adanismo o responsabilidad mal entendida, Sánchez decidió protagonizarlo todo. Y ahora, tres de cada cuatro españoles atribuyen el elevado número de muertos a los errores de gestión del Gobierno.
Es posible que por eso la oposición huya de su oferta televisiva de Pactos de la Moncloa y muchos ministros del Gobierno que preside la fíen larga, a "cuando estemos todos sanos".
Pero ya nada hará que ganemos al virus, porque todos vamos teniendo alguien a quien llorar. Quizás hayamos perdido la ocasión que nos dio la historia de aprender que hay cosas que uno no puede hacer solo.