Mi queridísimo Julio Valdeón -una de las voces imprescindibles hoy en día- y yo, teníamos planeado reunirnos el 15 de abril en el mítico bar Cock de Madrid con un montón de amigos y debatir sobre la libertad de expresión y su estado. Mira, cada uno se entretiene como puede. Y a Julio y a mí nos da por ahí.
Julio está ahora en Brooklyn, hablo con él casi todos los días, peleándose con las toses y los ahogos, pero, afortunadamente, bastante mejor. Está contento y yo con él, qué curiosas alegrías nos da esta pandemia, porque Max tiene anginas y eso significa que no es otra cosa peor.
El día 15 no podremos hacer todo eso que habíamos planeado. No acabaremos cantando a gritos las canciones de Íñigo Coppel ni compartiendo copas después de discutir (en la primera y hermosa acepción del término) durante horas. No abrazaremos a todos los amigos a los que habíamos conseguido liar. Porque todos los planes que teníamos se han trastocado.
No anulamos la cita, solo la posponemos. Y cuando podamos reunirnos con todos esos amigos será más necesario que antes el debate y la reflexión. Porque en apenas unas semanas el ataque a esa libertad de expresión se ha visto intensificado como no podíamos ni siquiera imaginar cuando empezábamos a perpetrar el encuentro.
Tendremos que hablar, Julio, de cómo los periodistas de este país tuvieron que plantarse ante el ejecutivo de Sánchez y decidir no cubrir sus comparecencias porque las preguntas se filtraban y no se permitía repreguntar. Porque eso, lo llamen como lo llamen y se excusen en la razón que quieran, es censurar, es boicotear la libertad de prensa y el derecho de todo ciudadano a recibir información.
Tendremos que hablar de la Orden del Ministerio por la cual se insta a las Fuerzas de Seguridad del Estado a extremar la vigilancia y monitorizar RRSS y páginas web, pudiendo actuar en consecuencia si consideran que fomentan el estrés social, ese término tan flexible y gomoso que puede servir perfectamente para callar a quien se decida en base a vete tú a saber la especial sensibilidad de quién.
Tendremos que hablar de esos vídeos difundidos en las cuentas oficiales de PSOE en redes animando a vigilar al de al lado y denunciarle si lo que dice nos parece que no es adecuado. Alentando a convertirnos en la vieja del visillo, la policía del barrio, los guardianes de la moral. A democratizar la censura y ejercerla en horizontal.
Cuando por fin nos abran las puertas y los aeropuertos, cuando podamos hacerlo, esa cita nuestra será aún más necesaria que antes, Julio.
Y cerraremos todos los bares y cantaremos todas las rancheras.