Hace unos días murió por coronavirus una amiga de mi familia. Tenía poco más de setenta años, pero ninguna patología previa. Le quedaba mecha por delante.
Cuando empezó a notar los primeros síntomas, llamó a Emergencias tal y como rezan las instrucciones de las autoridades incompetentes. Nadie respondió al teléfono. Ni el primer día, ni el segundo, ni el tercero.
Con qué normalidad hemos aceptado que los teléfonos de emergencias no funcionen en medio de una pandemia que mata a un español cada dos minutos. Debe de ser eso que Podemos llama "el escudo social": te prometen el fin del capitalismo, pero no son capaces de conseguir que alguien responda a los putos teléfonos de emergencia.
"Quizá no es coronavirus", pensó la amiga de mi familia para consolarse. A fin de cuentas, ella había tomado todas las precauciones que recomiendan las autoridades incompetentes.
Al cuarto día, acudió al hospital. Fue ingresada de inmediato. No se le hizo ningún test. Ni el primer día de ingreso, ni el segundo, ni el tercero. Pero aun así, los médicos que la atendieron supieron perfectamente lo que tenían delante.
"Coronavirus", le dijeron.
Le suministraron cloroquina y mejoró de forma sensible. Al cabo de dos días, dejaron de darle la medicación. Nadie le dio explicaciones.
Extraoficialmente, un médico de un hospital del extrarradio barcelonés me explica el porqué.
"Se están acabando los medicamentos" me dice. "Ahora, la falta de material de protección y de respiradores ya no es el único problema. Se están acabando la Kaletra, la azitromicina y los corticoides, entre otros. Y el Gobierno, que no supo prever ni reaccionar a la falta de EPI, tampoco ha previsto ni reaccionado a la falta de medicamentos".
Es el mismo médico que hace aproximadamente diez días me dijo que las UCI de su hospital habían llegado al 100% de su capacidad y que había empezado el triaje de pacientes. Llamamos a un sindicato para que confirmara la noticia. El sindicato lo negó todo. No publicamos la noticia.
Ahora se sabe que el triaje se aplica desde hace días en muchos hospitales españoles. Dicho de otra manera. El médico decía la verdad y el sindicato mentía.
El mismo médico me explicó hace un par de días cómo están gestionando los hospitales la falta de medicamentos. "Los racionamos. Si la dosis necesaria es X, les damos la mitad de X. Pero sólo a los que cumplen los criterios. A los mayores, se les retira la medicación".
Por supuesto, esta información no ha sido confirmada por ningún sindicato, así que no puedo darla por válida. Quizá ese médico miente. Quizá la amiga de mi familia también mentía. Quizá ellos dos no son más que propagadores de bulos. Esos contra los que PSOE y Podemos pretenden ahora actuar penalmente.
Y si con el agua de la bañera de los bulos irrelevantes de WhatsApp tiramos también por el desagüe al niño de las críticas al Gobierno, pues oye, decimos que la libertad de expresión y la libertad de prensa son un invento de la derecha para perpetuar sus privilegios de clase y andando, que es gerundio.
A estas alturas de ese viaje hacia los márgenes de la democracia emprendido por PSOE y Podemos, ¿qué más da ya todo?
Porque, ya saben. Lo prioritario para el Gobierno a día de hoy es controlar cualquier tipo de información capaz de quebrar el relato de esa España de ruiseñores de los balcones y en felicísimo confinamiento que venden los periodistas gubernamentales. Es la España de Diarios de cuarentena, la hilarante serie humorística sobre el Covid-19 que RTVE estrenó ayer. "14.000 muertos, JAJAJAJA".
Mi amiga murió poco después de que le fuera retirada la medicación. También se le había retirado el respirador. No aparecerá en las estadísticas del Covid-19 porque nunca se le hizo un test. Mi amiga es uno más de esos ¿miles? ¿decenas de miles? de españoles que no aparecen oficialmente como víctimas del virus.
Mi amiga pertenecía a esa generación de españoles que sufrió el franquismo. Que trabajó desde los catorce años para mantener a sus padres y que siguió trabajando para ayudar a sus hijos durante los años 70, 80, 90, 00 y, sobre todo, durante la crisis de 2008. La de los brotes verdes del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero.
Es la generación que trajo la democracia a España. La que pactó una Constitución que aceptaron tanto rojos como azules y que ha dado la etapa más larga de paz, libertad y progreso de la historia de este país.
Es la generación que sufrió el terror socialista de ETA. La que aceptó, por el bien de la paz social, que nacionalistas vascos y catalanes metieran las zarpas en sus bolsillos mientras les calificaban de parásitos. Mientras PSOE y PP les daban todo lo que pedían a los fascistas periféricos. A los racistas de la txapela y la barretina.
Fue una generación víctima del franquismo, del terrorismo, de la extrema izquierda y del nacionalismo. Es la generación que ha sufrido todas las pestes de la España democrática sin dejarse ni una sola atrás.
Es la generación de esa España democrática que el populismo de izquierdas español pretende sepultar ahora, aprovechando el caos generado por la epidemia.
Son esos abuelos con cuyo derecho al voto especularon algunos. "Si en España sólo votasen los menores de 45 años, Pablo Iglesias ya sería presidente del Gobierno", dijeron. "Lo de los abuelos nos desespera", dijo su líder, en animada conversación con Enric Juliana. ¿Lo recuerdan?
¿Recuerdan esos mensajes en las redes sociales, siempre en el entorno de la izquierda, que decían poco más o menos "el coronavirus no nos preocupa porque sólo mata a los viejos"?
El Gobierno, a diferencia de la Comunidad de Madrid, sigue negándose a decretar luto oficial por esos 14.000 "viejos". Probablemente sean muchos más de 14.000. Es toda una generación. El Gobierno no cree que merezcan luto.
Vayan estas líneas en su memoria porque no todos los españoles somos como los españoles que ahora ocupan la Moncloa.
Gracias a nuestros ancianos, a la generación sin luto, por darnos un país en el que durante cuarenta años valió la pena vivir. A pesar de todas las pestes y a pesar de sus herederos.