Nuestra política se las ha arreglado para ser de nuevo sórdida en unas circunstancias terribles. 16.972 muertos por coronavirus hay oficialmente cuando escribo estas líneas, muchísimo sufrimiento concreto en personas concretas, un país entero confinado y unas previsiones socioeconómicas devastadoras. Pero nuestros políticos actúan como si no lo supieran.
Y digo como si porque sí que lo saben: las recurrencias de su discurso lo prueban. Solo que no obran en consecuencia. Su prioridad es conservar el poder o intentar alcanzarlo. En lo que les sobra de esta preocupación, tal vez atiendan un poco a la realidad. Pero, de nuevo aquí, con un obstáculo: su incompetencia. Y lastrados siempre por el partidismo. Y por la cortedad de miras. Por las inercias, en fin, que les llevaron a ser políticos.
En el maremágnum ha salido a flote, casi milagrosamente, la propuesta correcta: unos nuevos Pactos de la Moncloa. Da igual que se llamen así o de otro modo: se trataría de unos grandes acuerdos de Estado, unos grandes consensos, para afrontar lo que tenemos y lo que se nos viene. Tan desesperada es la situación que se ha formulado justo lo que hay que hacer.
El problema es que esta propuesta va en contra de toda la biografía política del presidente Sánchez. Por esto, y porque realmente ni se la ha empezado a trabajar aún, sino más bien al contrario, cabe la sospecha de que sea una nueva trampa de Sánchez para desunir. Desunir mediante la invocación de la unión, y cuando necesita la unión: Sánchez puro. Aun así, hay que intentarlo. Todos tienen que intentarlo. Por todos. No hay otra salida.
Mi pesimismo viene ahora: creo que es perfectamente posible que sigamos sin salida. O sea, que nos estrellemos. El deterioro de nuestra política es atroz. Solo veo embrutecimiento.
No puedo evitar acordarme del 11-M, en que los políticos de todos los partidos hicieron exactamente lo peor que podían hacer. Con el país en carne viva, actuaron como miserables, pensando solo en lo mismo: conservar el poder o intentar alcanzarlo. Y luego, cuando Zapatero alcanzó la presidencia, en vez de procurar una legislatura que restañara las heridas, lo que hizo fue abrirlas más. Con el inevitable concurso de la oposición. Y con aquellas mismas heridas abriéndose y pudriéndose cada vez más hemos llegado hasta hoy.
Late estos días un tipo de guerracivilismo particularmente pringoso: aquel que consiste no en matar al otro, sino en acusarlo de criminal. Lo mismo que sucedió en el 11-M. Algo se ha avanzado en civilización cuando uno no está dispuesto a ejercer el crimen. Pero el instinto tanático se mantiene si se ve como posible criminal al otro.
Esta dialéctica amigo-enemigo, con la lucha a muerte latente, es la que habría que romper. Nos urge romperla. El problema es que tenemos el peor Parlamento (y el peor Gobierno) para conseguirlo.