“Nadie se merece un gobierno que mienta”, esta fue la frase, ya emblemática, que Pérez Rubalcaba arrojó sobre el gobierno de Aznar tras el atentado terrorista del 11-M, y en vísperas de unas elecciones generales. Frase que, por cierto, repitió el otro día Pablo Casado en el Congreso para, como empatando, devolvérsela a Sánchez en una situación, igualmente dramática, de plena crisis pandémica.
También se acusó a Rodríguez Zapatero de mentir, en este caso, por el procedimiento de restar gravedad a la crisis económica cuando, iniciada en el 2008, ya estaba encima y ZP todavía la negaba con empeño triunfal (“España en la Champions League”).
De esto mismo se le acusa también hoy al gobierno actual, de restar gravedad a la acción epidémica del coronavirus (“aquí tendremos, si acaso unos pocos casos”), e incluso de restar gravedad a la propia enfermedad (“es menos que una gripe”), para, así, y sin ningún tipo de previsión y cautela, poder seguir adelante con su agenda agitprop del 8-M.
De aquí muchos derivan una responsabilidad incluso “criminal” en el gobierno, al no haber tomado medidas a tiempo, anteponiendo sus intereses ideológicos (“feministas”) a la salud pública, de la misma manera que se responsabilizó al gobierno de Aznar (“Aznar asesino”) el haber antepuesto sus intereses ideológicos (“atlantistas”) a los de la paz, provocando muertes en Irak que nos terminó pasando factura, se dice, con el 11-M.
Es más, en el caso del partido Vox, sus representantes han manifestado públicamente el carácter, no ya criminal por dejación, incompetencia o descuido (homicidio involuntario), sino que desde el gobierno se ha buscado deliberadamente traer la muerte con la pandemia para así, literalmente ha dicho la diputada Macarena Olona en TVE, aplicar la eutanasia, ya que no pudieron hacerlo con las leyes, sí “por la vía de los hechos y de la manera más feroz” (y lo decía esta diputada con lágrimas en los ojos, fingiendo aflicción).
Y no solamente eso (ya de por sí perverso), sino que, además, desde Vox se acusa al gobierno de, aprovechando esta situación de excepcionalidad que nos ha traído esta “peste comunista” (dicen también, literalmente), querer sacar adelante sus planes de cambio de régimen, es lo que busca Podemos, e implantar uno, algo así, como totalitario, tipo popular chino, o chavista o bolchevique, en fin.
Y bien, ¿cuáles son las pruebas de acusación tan grave? Olona, en esa misma intervención en TVE -y que respaldaron con su aprobación en twitter sus colegas de partido, Tertsch, Abascal, Del Real, etc.- no ofrece ninguna. Nada. Cero.
Pareciera como si, con convocar la palabra “comunismo”, ya ello fuera expresión suficientemente elocuente como para poner en claro la verdad de sus palabras (la “verdad”, nada menos, de un gobierno asesino, que además es el colmo del cinismo). Comunista, rojo, el coco, malo (caca, culo, pedo, pis), esta mitología es toda la evidencia que presta Vox para tan grave acusación.
Lo único factible que ofrecen, al margen de tal mitología maniquea, son, en general, sospechas, indicios -es decir, una creencia, no un saber, sino la sola fe- de que al gobierno no le interesa ofrecer las cifras reales producidas por la pandemia -y aquí Vox aprovecha el desconcierto y baile de cifras existente- para, en efecto, ocultar así su acción “criminal” (del mismo modo que el asesino borra sus huellas tras el crimen).
Es por esto, dicen con suspicacia desde la formación verde, por lo que el gobierno ha falseado o maquillado los datos acerca de fallecidos y contagiados, librándose de su responsabilidad al haber, si no provocado, sí aumentado el alcance y dimensión de la tragedia, por empeñarse en seguir adelante con su exhibicionismo ideológico del 8-M. Unas cifras que, presumiblemente convertidas en récord mundial, creen en Vox, dejarían en total evidencia al gobierno (en este sentido, sobre todo por la gravedad de las acusaciones, existen ciertos paralelismos entre el uso que se hizo -y aún se hace- de la foto de las Azores, acusando al gobierno de Aznar -y por extensión al PP- de asesinos, y la foto de la manifestación del 8-M, acusando a Sánchez e Iglesias de asesinos).
O sea, no solo hay negligencia (acusación, por otro lado, que tampoco se compadece muy bien con la acusación de ser una acción planificada), sino que, según Vox, también existe un malvado plan para, tras ocultar su incompetencia (a través del control de medios de comunicación y redes sociales), instituir un régimen totalitario-comunista-chino-chavista-bolivariano que estaría orquestado por ese verdadero demonio maquiavélico, que mueve los hilos en la sombra, y cuyo nombre es homónimo al fundador del PSOE.
Esta es la imagen que ofrece Vox -sin ningún tipo de prueba, insisto, con la sola fides- de la situación. Lo curioso es que existe una masa importante de gente, ya muy predispuesta, que se ha comido esta versión, digamos, orwelliana de la pandemia. Una versión, por lo demás, prácticamente irrefutable, infalible, porque si no hay pruebas siempre se puede decir, con circularidad viciosa, que no las hay porque el gobierno las ha borrado. Y es que la fe anticomunista de Vox, en efecto, es fe circular o de carbonero. Credo quia absurdum.