Sexta semana de confinamiento.
22.000 muertos. Nueva prórroga del estado de alarma. Quince días más, por ahora. Cheque en blanco.
Pero nada de esto ha sido en vano. Sabemos por Sánchez –en el Congreso, corbata roja, ni perdón ni excusa– que la pandemia tiene un objetivo. Y no, no es diezmar la población, ni enfermarla, ni asustarla, ni empobrecerla. “La pandemia tiene como objetivo acelerar cambios que ya venían de hace años: el cambio en el teletrabajo, en el consumo, hacia la digilitación y la automatización hacia formas de gobernanza mundial”.
Piense en eso cuando se despida de esa madre o ese padre al que ya no va a volver a ver consciente. Cuando reciba sus cenizas. Cuando la vida se le vaya solo en un hospital. Cuando le coja de la mano un sanitario exhausto y desprotegido. Cuando se vea en el paro. Cuando sienta angustia o miedo o tristeza. Para Sánchez todo ese dolor –el suyo– habrá valido la pena. Así que siéntase agradecido y aplauda, aplauda mucho.
Quizás usted –yo misma– preferiría un acto de contrición, un propósito de enmienda y un plan. Porque a la gente normal, ante una situación así, nos da igual el color del gobierno que nos toque mientras nos saque de esta. Y es que la mayoría no vive en una trinchera ni duerme en su cuenta de twitter, y si le dan a elegir entre bienestar o ideología, opta sin dudarlo por lo primero. Pero no lo entienden.
Y ahora que por fin se va a dar la suelta a bebés, niños y prepúberes, no sabemos cómo se va a hacer. El Gobierno que escucha y por eso rectifica, lo va decidiendo sobre la marcha siguiendo el criterio de sus “expertos” –que dicen desconocerlo– mientras el vicepresidente de ese mismo Gobierno se lo filtra –en primicia– a la Sexta.
Si nos pesa este confinamiento porque en ningún país es tan riguroso y ninguno ha tenido porcentualmente tantos muertos. Si nos parece absurdo porque a cambio de nuestra docilidad sólo se nos da negligencia y ninguna esperanza creíble. Si nosotros que tenemos capacidad y criterio para razonar, sólo deseamos salir de nuestras casas y echar a correr. Si cada vez entendemos menos por qué demonios se nos mantiene encerrados y con miedo ¿qué imaginar de los niños?
Antes se pensó en los perros que en ellos. Bien porque el ideólogo de todo esto no tiene niños o porque el otro lo que tiene es un gran jardín por el que los suyos retozan, y como la reina María Antonieta, no cayó en la cuenta – ¡que coman pasteles!– de que chalets como el suyo no son norma entre los españoles.
Y así, niños en colmenas, mejores o peores, pero colmenas al fin. Niños sin más horizonte que el edificio de enfrente. Niños de ventana de guillotina, de persiana, de balcón. Niños rurales rodeados de campo al que no poder salir. Niños entreteniendo la espera, día tras día, con la paciencia y la imaginación de los padres o el poder de las pantallas. Niños, insanamente confinados. Sin un lógico porqué.
Pero a partir del lunes, como vectores locos pisarán las calles, de la mano, en carrito, a por mandados, a que el sol les dé en la cara y en los huesos, viendo los parques de soslayo y saludando de lejos como miembros de la realeza. Y cuando vuelvan a sus casas ellos también se preguntarán porqué.
Ayer moría Enrique Castellón Vargas, el Príncipe Gitano, conocido sobre todo por su adaptación de la canción de Elvis Presley In the ghetto.
Pues eso. Quince días más en el gueto.