Napoleón, cuando tenía que confiar una misión a un militar preguntaba: “Sé que es un buen general, pero ¿tiene suerte?”.
Los presidentes de gobierno español, confiados en su buena suerte para llegar a tan alta responsabilidad, desdeñan la posibilidad de que su suerte cambie de signo. Pero la realidad se impone sobre los deseos.
Es llamativo que la centuria larga de demóscopos, politólogos y asesores de los presidentes ni se imaginen la posibilidad de un cambio caprichoso de la Diosa Fortuna y preparen algo tan elemental como un protocolo de crisis por acontecimientos inesperados.
La mala suerte comenzó con Suárez. El último día de su presidencia, el 23 de febrero de 1981, se vio sorprendido por un coronel de la Guardia Civil que secuestró el Congreso, durante casi veinte horas, a punta de pistola.
En 2004, Aznar, después de ocho años de gobierno y, en su haber, una destacada política atlantista, fue sorprendido por la mala suerte. Aznar pensó finalizar su periodo presidencial, nombrando a un sucesor y dispuesto a salir por la puerta grande. Un inesperado atentado criminal, el 11 de marzo de 2004, determinó que el resultado electoral le hiciera salir de la Presidencia por la puerta de servicio.
En 2010 el estallido de la burbuja financiera bajó de las nubes al presidente socialista y Zapatero aterrizó cuando poco antes defendía que nuestro sistema financiero era el más consistente del mundo. Los deseos frente a las realidades.
La aceptación de las condiciones impuestas por Bruselas determinaron el fin del sueño zapateril y socialista: el electorado votó masivamente en 2011 al PP, con la esperanza de que el nuevo gobierno empleara una holgada mayoría absoluta para realizar reformas políticas y económicas.
En 2013 y 2014, diputados o cargos del PP dimitidos que acudían a la Moncloa a despedirse, hartos de la pasividad política de Rajoy, contaban que el presidente se quejaba insistente y amargamente: “Qué mala suerte, qué mala suerte he tenido”.
Rajoy se refería al escándalo de Bárcenas y Correa. Los visitantes salían persuadidos de que lo que lamentaba Rajoy no era el caso Gürtel y todo lo que desvelaba sino perder un largo periodo asegurado de estabilidad y tranquilidad gracias a los once millones de votos obtenidos.
En enero de 2020, el presidente Sánchez se las prometía muy felices con la posibilidad de aprobar por fin un presupuesto gracias a la extrema izquierda y a los separatistas y disfrutar cuatro años de legislatura con el atrabiliario argumento de la emergencia climática, el igualitarismo y el apoyo de feministas más o menos enfervorecidas. De pronto, un virus oriental se cruza en el camino y emerge la mala suerte de un callejón sin salida, de un dilema. Con Podemos no hay solución y con el PP se arriesga a reconocer el error de haberse aliado con los extremistas podemitas la misma noche de las elecciones generales.
Felipe González fue la excepción. Siempre fue un político afortunado: la mayoría absoluta de 1982 y las siguientes convocatorias electorales las supo y pudo administrar hasta 1996. Lo suyo fue un final ajustado debido a la existencia, por fin, de una alternativa política liberal, por cansancio propio y ajeno y por la división y corrupción generalizada de su partido. Fue, más que nada, una derrota del partido socialista por agotamiento.
No siempre las crisis inesperadas son causa del declive de los presidentes: en Alemania, el canciller socialdemócrata Schröder, en 1998, supo aprovechar unas inundaciones para salir reelegido y Merkel está viendo en aumento su popularidad por su demostrada capacidad para enfrentarse al Covid-19.
Está claro que hay quien no lo fía todo a la suerte y sabe enfrentarse a las circunstancias a diferencia de nuestros presidentes de gobierno, carentes de protocolos de crisis y desbordados por lo inesperado. Napoleón, pedía suerte a sus generales, pero ésta es cambiante y él mismo terminó sus días derrotado y en el exilio. En su condición de usurpador megalómano, llegó al extremo de pretender someter a todo el continente europeo: “Circunstancias, ¿qué son las circunstancias? Yo creo las circunstancias”.
El deseo y las realidades.