Deambula el gobierno Sánchez como un zombi: está muerto y hace como que no se ha enterado. Si en condiciones normales, con 120 diputados socialistas, era difícil aguantar una legislatura más allá de dos años, la crisis sanitaria ha puesto de manifiesto la incapacidad del Gobierno para gestionar la cosa pública antes y durante la primavera. Sin presupuestos y endeudado hasta límites insoportables, no hay un solo dato de esperanza de que Sánchez sepa y pueda gestionar el después.
Un breve repaso a las opiniones que genera el caso español en la prensa europea y norteamericana reflejan sorpresa, desprestigio y lo que es peor: ridículo. Un ejemplo es la decisión de la cuarentena de catorce días impuesta a los turistas o visitantes procedentes de Francia, nuestra principal entrada de divisas y mercancías. El presidente Macrón ha respondido que la decisión de Sánchez no es “eficaz ni realista” y ha aplicado el principio clásico de reciprocidad en las relaciones internacionales.
En el mercado global en el que tenemos que competir, España dispone de una bolsa de 83 millones de turistas al año que Francia, Portugal, Grecia e Italia se disponen a devorar por la torpeza del comunista Garzón y el entreguismo de Sánchez.
El fracaso del contrato español con los Estado Unidos de Navantia en beneficio de Italia y el cierre de Nissan en Barcelona son otra muestra de esa incapacidad de gestión, de la misión propia de un gobierno, de defender los intereses españoles frente a nuestros aliados, pero también competidores, de nuestro entorno.
El estado de alarma se configura, pasados los primeros quince días de reclusión domiciliaria, más como un instrumento de mantenerse en el poder que como medida sanitaria. De ahí que no tenga justificación alguna la prórroga del actual estado de excepción sin parangón en ningún país europeo.
La argucia de Sánchez ha consistido en adelantar los peones de la alarma treinta días más; Cs. se traga el anzuelo, y según nota de la Moncloa a la agencia Efe, ofrece su apoyo por otros quince días de estado de excepción. Sánchez consigue gobernar sin control e intentará prolongar la limitación de derechos de los españoles hasta el cierre del Congreso por vacaciones.
El presidente detesta el trago de oír verdades como puños cada quince días, durante horas, sentado en su escaño haciendo toda clase de aspavientos. Iglesias por su parte lo tiene claro: se ausenta del escaño y se libra del vapuleo al que le someten la oposición de centro-derecha.
Pero además de votar no a la prórroga del estado de alarma, la oposición (que hasta hoy incluía a Cs) ha cumplido con la propuesta de un plan B razonable, en línea con la vuelta a la normalidad del resto de países de nuestro entorno. Resulta comprensible la indignación de los ciudadanos de Madrid, limitados en la fase cero de castigo una semana más.
En este contexto, dada la persistencia en la misma política autoritaria del Gobierno que sobrepasa todos los límites constitucionales, es el momento de proponer una alternativa política para terminar con la alarma, el deterioro económico y el miedo inoculado en la sociedad española al virus que, al día de hoy, resulta desorbitado.
Si este es un Gobierno políticamente muerto, zombi, como asegura el socialista Nicolás Redondo, España precisa de un cambio político. El camino del Gobierno de concentración supone la salida del Gobierno de la extrema izquierda. Esta era una opción quizás válida hace un mes. Al día de hoy, el desprestigio de Pedro Sánchez, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, hace imposible a la oposición compartir con él la responsabilidad del gobierno.
Se puede solicitar una convocatoria electoral para que sean los españoles quienes decidan la salida a la actual crisis. Como máximo la oposición puede ofrecer, por un periodo determinado de tiempo, un apoyo parlamentario al Gobierno socialista siempre que se desprenda de la rémora que supone para el PSOE y para España la extrema izquierda y el apoyo de los separatistas. E inmediatamente después, celebrar una convocatoria electoral, único modo de construir una nueva mayoría estable, capaz de enterrar al zombi que padecemos casi desde el principio de la legislatura.