En medio de la búsqueda de apoyo del Gobierno para una nueva prórroga, la quinta, del estado de alarma, sucedió algo inesperado: Pedro Sánchez pidió disculpas por los errores cometidos durante la gestión de la crisis sanitaria. Justificó, eso sí, las equivocaciones por “la urgencia de los tiempos, la penuria de los recursos, la excepcionalidad y la ausencia de precedentes de la crisis, y su tamaño descomunal”. Pero, al menos, pidió perdón.
Es todo un cambio, si tenemos en cuenta que solo unos días antes había defendido la gestión del Ejecutivo esgrimiendo que había evitado 300.000 muertos. Está claro que el presidente exageró, dado que esa cifra se asemeja a la de fallecidos en todo el mundo. Pero, sobre todo, Sánchez se equivocó en el fondo, porque si establecer que el estado de alarma salvó vidas, como argumenta, ¿no significa eso mismo que no haber tomado esa decisión antes ha provocado la muerte de miles de personas?
Y, sin duda, pudo haberlo hecho. Fernando Simón, el responsable de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, ignoró las advertencias de Alemania y otros países europeos en la cumbre de los días 18 y 19 de febrero en Estocolmo. De hecho, el epidemiólogo español restó también importancia a la manifestación del 8-M, solo seis días antes de que Sánchez, ante la perspectiva de un futuro siniestro, nos obligara a confinarnos en casa.
Ahora sabemos, gracias a María Peral de EL ESPAÑOL que, si se hubiera impedido esa manifestación, se habría evitado una amplia difusión de la enfermedad, como ha confirmado el forense a la jueza Rodríguez-Medel, que investiga al delegado del Gobierno en Madrid por un presunto delito de prevaricación por no impedir esa concentración. Más de 600.000 personas se manifestaron en España en esa fecha.
También sabemos ahora cómo Alemania frenó un brote, el primero en Europa, a mediados de enero en Múnich. Lo hizo con un estudio minucioso de los pasos que dio la persona que trajo el Covid-19 vía Shanghái, en cuanto se supo que estaba infectada. En Webasto, la compañía en donde se produjo este primer contagio europeo, estudiaron cada uno de los contactos que tuvo la afectada, y se aisló rápida y enérgicamente a quienes potencialmente se podían haber infectado.
Esta pandemia tiene intenciones globales, pero cómo se gestiona puede provocar el caos en la ciudadanía o minimizar sus consecuencias. Una u otra cosa. El Reino Unido y Suecia están viendo estos días hasta qué punto estuvieron desacertados cuando decidieron, inicialmente, evitar el confinamiento masivo. Portugal, por su parte, ha demostrado que sí es posible, con la gestión adecuada, proteger a la población, al menos en una medida importante, de la agresividad de este adversario invisible.
En España, el presidente, después de pedir perdón por los errores, sobrevive políticamente a la pandemia 15 días más favorecido por un estado de alarma logrado con enorme coste. Aunque, a juicio de Tezanos, con el aliento mayoritario y creciente de los españoles. Pero la realidad que parece desprenderse de la sesión en el Congreso sugiere la aparición de grietas de consideración en la extraña mezcla de apoyos que permitió la investidura “progresista”.
No está claro hasta cuándo nos someterá el coronavirus a esta vida tan diferente y desmejorada. Mucho no se puede esperar si las playas en Barcelona continúan repletas y en Madrid los Cayetanos prolongan sus concentraciones de protesta, tan alterados que estaban por el 8-M, en muchos casos sin guardar la debida distancia o protección entre unos y otros.
Tampoco está claro hasta cuándo Sánchez podrá seguir en el alambre sobre el que se mantiene, sostenido por socios oportunistas e incompatibles, sin que alguna deslealtad o alguna coherencia final de alguno de ellos lo precipiten al vacío.