Algunas escuelas de EEUU están retirando de los programas escolares la novela Matar a un ruiseñor de Harper Lee. Que se censure una obra, cualquiera, es preocupante. Que se censure precisamente una tan claramente antirracista como esta porque aparece en ella la palabra “nigger” y acusarla por ello, inconcebiblemente, de racista, clama al cielo.

Se escudan los defensores de la tropelía en que obras como esta legitiman el uso de insultos racistas, lo que evidencia la superficialidad de sus argumentos. Se quedan en la mera presencia del vocablo, sin atender al contenido, a la trama, al mensaje global de la novela.

Es preocupante esta deriva totalitaria de las nuevas hordas de guardianes de la moral, de la tracalada de botarates que pretenden velar por el bien de todos nosotros -sin contar con todos nosotros-. Pero hay algo que me preocupa más por sus imprevisibles consecuencias: la colisión entre causas justas.

En este caso, sin ir más lejos, nos encontramos con la censura de una obra por racista, pero es una obra escrita por una mujer. El grupúsculo esquizofeminista aboga por mayor presencia de mujeres en los planes de estudio. El grupúsculo por la defensa de toda etnia, por no permitir el uso de palabras denigrantes -aunque las utilice en una obra de ficción un personaje que no existe para faltar a otro que tampoco es real-. ¿Qué puede más? ¿Mujer escritora o etnia ofendida? Parece ser que etnia ofendida. Fuera Matar a un ruiseñor.

También han retirado de algunas escuelas Las aventuras de Huckleberry Finn. Aquí no hay conflicto. Mark Twain no tiene nada que hacer: hombre, blanco y heterosexual. Huckleberry Finn a tomar por rasca a la de ya. Sin pañitos calientes. Unanimidad benevolente.

¿Cómo vamos a contar la historia a partir de ahora? Necesitamos quitar hombres y añadir mujeres, eliminar términos que puedan resultar ofensivos, hacer cumplir unos estándares de representación e inclusión…

No quiero ni imaginarme la tarea titánica de contar la batalla de las Navas de Tolosa, por poner un ejemplo al azar, sin meterse en ningún lío. Que si no hay suficientes mujeres, que si al califa le han llamado Miramamolín y eso es racista y denigrante, que si murieron más musulmanes que cristianos y eso es discriminar por sus creencias religiosas, que Despeñaperros sugiere violencia animal y es especista y habría que cambiarle el nombre al desfiladero para no faltar a todos los perros del mundo.

No, en serio, se empieza censurando Caperucita Roja por machista, luego Matar a un ruiseñor por racista, más tarde Lolita por pedofilia… y a la que te vas a dar cuenta hay gente recogiendo firmas en change.org para que retiren los pastelitos de la Pantera Rosa porque ofende al colectivo de panteras homosexuales.

Y, lo que es peor, muchos se lo toman en serio y no entienden la sátira. Porque nos hemos acostumbrado a que aquí, el que más y el que menos, quiere que desaparezca todo aquello que no le gusta o que le incomoda. Como niños mimados delante de un plato de lentejas.