Frente al optimismo que generó la caída del Muro de Berlín, el filósofo francés Jean François Revel, delante de Francis Fukuyama (El fin de la Historia por el triunfo definitivo del liberalismo), advirtió en Madrid en 1992: “El igualitarismo totalitario no desaparecerá; forma parte de la naturaleza humana”. El tiempo le ha dado la razón. Asistimos a un movimiento igualitario internacional, sobre todo en las democracias occidentales, que cuestiona los pilares de la convivencia en libertad.
El derribo de estatuas de Cristóbal Colón en EEUU o la pintada en el monumento a Churchill en Londres son una muestra del cuestionamiento historicida de los valores europeos demoliberales; el salón de entrada de la Universidad de Liverpool, en honor de William Glandstone (1809-1899) va a ser rebautizado debido a que el histórico premier británico había sido propietario de esclavos.Y así, centenares de ejemplos de la ofensiva de la izquierda antiliberal. Según estos principios habría que destruir la totalidad de esculturas de los emperadores romanos u obras de arte “políticamente incorrectas”.
El analista inglés Douglas Murray ha escrito esta semana en The Spectator: “Donde la mente liberal pregunta, la mente igualitaria es dogmática. Donde la mente liberal es capaz de humildad, la mente igualitaria no es capaz de nada. Donde la mente liberal es capaz de perdonar, la mente igualitaria cree que haber cometido un error solo una vez es causa suficiente para ser definitivamente condenado. Y mientras la mente liberal heredó la idea de amar a tu prójimo, la mente igualitaria está ansiosa por lanzar la primera piedra”.
Asistimos a una marea antiliberal que recuerda a la que padeció Europa en los años veinte y treinta del pasado siglo. La diferencia es que en aquellos años había dos polos de referencia como solución o alternativa al liberalismo (la URSS y las dictaduras totalitarias italiana y alemana). Ambas fueron derrotadas en 1945 y en 1989; ahora de lo que se trata es de subvertir desde dentro las democracias occidentales. Otra diferencia, no menor, es que mientras en los años veinte el asedio a la libertad procedió de la izquierda y de la extrema derecha, ahora el ataque a los valores de la libertad procede exclusivamente de la izquierda.
Las propuestas de la izquierda totalitaria son más adversativas que propositivas y crecen por la pasividad del centro derecha en los ámbitos de la educación, de los medios de comunicación y en el liderazgo político. Un buen ejemplo es la tecnocracia y complejos de la derecha española a la hora de poner en valor los valores propios.
La derecha en España se ha dedicado a incentivar y reconocer preferentemente a los intelectuales y artistas de la izquierda en detrimento de escritores o artistas liberal-conservadores. Y lo que es todavía más llamativo, los medios de comunicación, supuestamente liberales, han seguido esa misma estela de promoción de los propagandistas igualitarios. La derecha política ha estado ensimismada ante el igualitarismo totalitario, el feminismo de saltitos o la sectaria y falsa memoria histórica.
Tengo confianza plena en la superioridad moral de los valores de la libertad frente a neototalitarismo igualitario que pretende la discriminación positiva por la raza, el sexo y la destrucción de los valores de la civilización occidental. Pero las batallas no se ganan si no se dan; por eso odian tanto a Winston Churchill y a Margareth Thatcher. Ellos comparecieron y ganaron. Por mi parte sugiero tres caminos para hacer frente a la marea igualitaria.
En primer lugar, hay que decir no a sus pretensiones y exponer sin complejos los valores de la libertad con respeto a sus postulados, cosa que ellos no practican. En segundo lugar, los líderes políticos liberales y los medios de comunicación del centro derecha tienen que ser conscientes de que someterse a la corrección de los totalitarios es un camino de servidumbre. Ya basta de hacer el primo como compañeros de viaje en la conocida tradición de los melifluos y tecnócratas. Por último y más importante: los ciudadanos tienen, con su voto, la posibilidad de evitar que desde el poder se implante una posición política neototalitaria que termine siendo dominante, social y culturalmente.
La crisis del liberalismo en el siglo XX costó dos guerras mundiales y un largo periodo de noche totalitaria en Europa Oriental. Debemos aprender la lección y no permitir que la presente crisis del liberalismo, los “sueños de la razón” igualitaria, genere nuevos monstruos en el siglo XXI.