Los nacidos en los sesenta hemos recibido otro torpedo en nuestra línea de flotación: ¡los Conguitos! ¡Ahora nos quieren quitar los Conguitos! ¡Los acusan de racistas! Nuestro pequeño reino afortunado no solo se desmenuza por el tiempo, sino también porque sus piezas están condenadas.
Hace mucho que no los tomo, pero no hace falta: los tengo en el paladar sin ningún esfuerzo de memoria. La caniquita de chocolate dentro de la cual estaba el cacahuete; las opciones de echarse a la boca una o más caniquitas y, una vez en la boca, dejar que el chocolate se disolviera o masticar para que se mezclase todo...
Nos parecía friendly que apareciesen negritos en el sobre. Nos gustaban mucho los negritos (los pocos que había en la vida española). Y no solo para comerlos. Ante todo (¡lujosa capacidad cognitiva!), sabíamos diferenciar el dulce de los seres humanos. Mejor dicho: jamás se nos ocurrió confundirlos. Sabíamos que no nos estábamos comiendo a ningún ser humano, ni siquiera su representación.
Los mismos que nos inflamos de comer Conguitos vimos luego Raíces y durante semanas vivimos –como solo se vivían entonces las series– lo que había sido la esclavitud en Estados Unidos, con todas (¡todas!) sus implicaciones.
Recuerdo también otra serie un poco anterior sobre la lucha abolicionista. Y nos emocionaba (y dolía) la historia de Martin Luther King... En ningún momento se interfirieron los Conguitos con esto: eran unos dulces de kiosco. Solo unos dulces. Comer Conguitos no nos impidió ser antirracistas.
La época pop nos daba espacio mental, la capacidad de no apegarnos a los contenidos; es decir, de jugar con los significantes. Esta apertura dentro de los cráneos era moderna, hacía que corriese el aire por la plasta nacionalcatólica de la que veníamos (y a la que estamos volviendo, solo que el lugar del catolicismo lo ocupan la corrección política y los dogmas de la izquierda reaccionaria).
La cumbre por este camino la alcanzó en los ochenta Glutamato Ye-yé con su “Todos los negritos tienen hambre y frío / tiéndeles la mano, te lo agradecerán”. Todavía me río cuando la canturreo. La risa (¡y estas explicaciones son un tributo al espíritu de la pesadez que hoy se impone!) no era por los “negritos”, sino por los biempensantes que los querían debajo para poderlos compadecer y sentirse fenomenal.
Sus equivalentes son los que ahora se autoproclaman “antirracistas” y se ponen a ver seres humanos en unas bolitas de chocolate rellenas de cacahuete.