Ya era hora de que alguno de nuestros grandes ídolos populares no tuviera como profesión la de futbolista, actor o cantante de éxito; que no apareciera en Sálvame u otros programas televisivos similares o que no hubiera construido su fama a base de influir a miles de seguidores en Instagram. Alguien que ha dedicado su vida a la ciencia parece un improbable candidato a disfrutar de la amable condición de héroe social. Y, sin embargo, eso es lo que ha logrado el epidemiólogo Fernando Simón.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ha colmado su notoriedad, y quebrantado su aparente falta de ego, apareciendo esta semana en la portada de El País Semanal, probablemente el medio de comunicación con esa periodicidad de mayor prestigio y repercusión. Y lo ha hecho a lo grande: gastando chaqueta de cuero y a lomos de su Suzuki.
El hombre que ha tenido en sus manos el destino de tantos españoles durante esta pandemia que parece, por momentos, rebrotar a distintas velocidades y en múltiples lugares aparece, en la revista, como una suerte de héroe nacional que nunca ambicionó serlo. Caminar con él por una acera pública es como “pasear por la calle con una celebridad”, escribe el periodista Jesús Ruiz Mantilla.
El tipo que pudo haber detenido las manifestaciones del 8 de marzo y todos los demás eventos que contribuyeron a propagar el coronavirus aquel discutido fin de semana de marzo emerge, en ese reportaje-entrevista, como el salvador de miles de personas, y no como uno de los grandes responsables de la pérdida de otras miles. Por supuesto, casi cualquier circunstancia puede tener doble perspectiva, pero rara vez aparecen éstas de un modo tan opuesto y con una carga -y consecuencias- tan contradictoria.
No cabe duda de que Simón es un médico que causa sorpresa. Se alejó de la corbata y de los modales convencionales, y llegó casi cada día a los hogares de ciudadanos abrumados con una tranquilidad sorprendente, a pesar de la tragedia que se vivía.
Ahora, cuando aún no hemos doblegado al virus, se atreve a posar para la revista con una gran sonrisa y una camiseta en la que se lee el reclamo de “puto virus”; como si aquello hubiera sido una broma de una película de Hollywood que ya pasó, y no como la enorme calamidad que continúa siendo.
Un drama que ha matado a decenas de miles de personas en nuestro país, aún no sabemos cuántas, y en el que Simón ha tenido un papel estelar.
“Quizás fuimos arrogantes con el virus”, ha concedido hace poco el ministro de Sanidad, Salvador Illa, uno de los grandes valedores de Simón, y a quien el periodista de El País también entrevistó para realizar el reportaje sobre el científico de Zaragoza. El Gobierno ha realizado muy pocos comentarios que contengan algo de autocrítica sobre su labor durante la pandemia.
La imagen de Simón sonriendo en la portada del EPS resulta cuando menos desafortunada; mucho más a pocos días del homenaje oficial que se brindará a los muertos por el Covid-19. El experto que aseguró que “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”, el hombre en el que confió el presidente Sánchez para liderar junto a Illa la respuesta a la crisis sanitaria, ha logrado, a pesar de múltiples despropósitos, convencer a buena parte de la ciudadanía.
Su carisma, que surge de su conocimiento y su naturalidad, de una personalidad cercana y un supuesto rigor, ha batido a los monumentales errores que cometió. La moto y el cuero negro ya solo agregan naturalidad a la imagen del hombre que pudo cambiar los trágicos números que han arrojado nuestra respuesta al coronavirus. Pero que no lo hizo.