Podemos se da el gran batacazo en Galicia y País Vasco, PSOE se estanca y no es capaz de rentabilizar sus dos años de gobierno, PP gana con mayoría absoluta en Galicia, PNV y Bildu lo hacen en País Vasco, Vox entra allí en el parlamento. Más o menos, escaño arriba escaño abajo, lo que todos esperábamos. Excepto Tezanos.
A Tezanos empieza a pasarle como a mí con los mapas: solo hay que darme uno, preguntarme hacia dónde debemos dirigirnos para llegar a nuestro destino y hacer justo lo contrario. Nunca acierto y, por eso, no hacerme caso es acertar.
Pero estábamos hablando de las elecciones en el norte y no de Tezanos y mi lamentable sentido de la orientación, que me liáis. Para mí, lo más llamativo de la jornada dominical, con diferencia, es que casi el 50% de los ciudadanos con derecho a voto en el País Vasco y más del 40% en Galicia, hayan decidido no ejercerlo. Es decir, que la gran vencedora de estas elecciones ha sido, en realidad, la abstención.
Quizás ha llegado el momento de parar y pensar qué está ocurriendo para que un porcentaje tan alto de la población con derecho a voto decida no ejercerlo. A lo mejor habría que prestar atención a esa clamorosa ausencia de votos y reflexionar sobre cuántas de esas negativas a participar se deben a la desafección o a no sentirse representados. Y por qué.
Precisamente en un momento como el que vivimos, en el que todavía no hemos acabado de salir de una crisis sanitaria sin precedentes en los últimos tiempos y una gestión discutible de la misma, con otra económica a las puertas de impredecibles -aunque posiblemente dramáticas y devastadoras- consecuencias, y momentos convulsos tanto en lo social como en lo político… En un momento como este, digo, casi habría sido lógico pensar en que se ejerciera el voto rabiosamente. A favor o en contra, pero con visceralidad. Con la emocionalidad del que quiere premiar o castigar, pero hacer algo -lo que se pueda- al respecto. Aunque sea votando al presidente de la escalera o a miss camiseta mojada en la urbanización. Así, precisamente por eso, no deja de parecerme abrumadoramente alto ese porcentaje de abstención.
Quizás haya llegado el momento de que dejemos de acudir a votar como quien hace autoestop: agradeciendo que alguien nos acerque a nuestro destino pero resignados a la certeza de que nunca nos llevarán hasta allí. A lo mejor nuestros representantes -aspirantes a- deberían tomar nota también del mensaje que encierran esos no-votos.
También es posible que yo esté pidiendo demasiado, que se me haya bajado, con la tensión, el nivel de nihilismo. Achaquémoslo al calor.