Las elecciones del domingo pasado han mostrado a la coalición que nos gobierna como un CIS de Tezanos pero invertido. Mareas que como suben bajan hasta desaparecer, un PSOE en descenso a pesar de su gobierno omnímodo y la constatación de que cuanto más muta la izquierda en nacionalista, mejor resultado obtienen los separatistas, y si del País Vasco hablamos, los proetarras.
Lo suficiente para que los del abrazo del náufrago se recluyesen en la Moncloa a meditar, ya no sobre sus errores –sería desear demasiado -, sino sobre si la dosis de propaganda con la que nos han entretenido entre confinamiento y desescalada, ha sido poca para lo que necesitamos.
Sería también una buena ocasión para que el PP, además de celebrar la victoria gallega, hubiese tomado la munición que tan gentilmente se le prestó el domingo, la uniese a los líos de Iglesias, el descrédito que pasea Sánchez por Europa o la simple gestión pasada y presente de la pandemia, y no parase de disparar desde el mismo domingo por la noche ¿Por maldad? ¿Por vicio? No, por necesidad y por obligación.
Pero parece que lo fácil no le satisface al PP, así que para no variar, ha decidido de nuevo, pegarse un tiro en el pie y de paso dar a Sánchez e Iglesias, el oxígeno que tanto necesitan.
A saber: las elecciones del domingo muestran dos modelos de Partido Popular, el de Feijóo en Galicia y el de Casado en el País Vasco. Uno ha sido claramente ganador. El otro ha empeorado sus resultados, de lo que se concluye que el primer modelo es el bueno, y el segundo, el malo.
Esa es la lectura que hacen los periodistas de izquierdas, los que simplemente no son de derechas o los que tienen pocas ganas de profundizar en la cuestión y echar una ojeada en el histórico de las elecciones vascas.
Sin embargo, ese es el mensaje que compra el PP y sobre el que se pone a debatir en público. Lo hacen los barones a cara descubierta, las gargantas profundas y ya, reunidos en cónclave genovés, se ofrece como mensaje propio a los medios de comunicación.
Desde el lunes la palabra clave es "moderación", virtud que a unos se les presume y a otros no. Como siempre la cuestión está en qué se entiende por tal, y de nuevo, como en el caso de la centralidad, el término se define en relación con su cercanía a la izquierda, al nacionalismo o a la nada.
Con la democracia en retroceso, las libertades individuales menguando, los tres poderes a punto de hacerse indistinguibles, los filoetarras tan blanqueados que hasta dan lecciones a sus víctimas, la Jefatura del Estado en solfa y lo que va a ser el invierno más duro y más frío en lo económico que se recuerda, tiene que haber una voz, o dos, o tres, o las que sean, que no teman tener discurso propio, que ofrezcan alternativas y que denuncien todo aquello que deba ser denunciado.
No sé si eso es moderación o no, sólo sé que es lo mínimo a lo que, los que no nos resignamos a este carajal, tenemos derecho.