El fin del confinamiento ha tenido un doble impacto para aquellos que residimos lejos de esa nación emocional que un día delimitaron el advenimiento de la juventud y el aprendizaje de la edad adulta. Si a finales de junio emergimos a una metrópolis sin turistas, que invitaba a visitar museos y a constatar la belleza de las fachadas, julio nos ha empujado al reencuentro de la ciudad que amamos.
Volver a Valencia, la ciudad más bonita de España, es un buen modo de advertir lo cerca que estamos de construir un relato susceptible de proveernos de recursos intelectuales y anímicos para superar la gran crisis de nuestras vidas. Un relato positivo y que llame al optimismo aunque la lucha contra el Covid-19 obligue a retomar medidas drásticas para sofocar rebrotes.
No se trata de construir señuelos con el empeño falaz de la propaganda, sino de esgrimir verdades que contribuyan a rearmarnos moralmente como país. ¿Qué es la Historia si no la articulación de una identidad propia en la que reconocerse y ante la que rendir cuentas?
En Valencia se concentra todo lo que necesitamos para saber que podemos salir de ésta más unidos y mejores, más confiados en nuestra capacidad para cooperar entre nosotros, para emprender y para hacer de la necesidad un estímulo. En apenas tres días encuentro a personas de distintos ámbitos que, más o menos pertrechados de mascarillas e hidrogeles, dan cuenta de proyectos muy interesantes en los que el común denominador es la digitalización.
Un amigo con experiencia en cooperación y mediación me habla de un proyecto incipiente que pone en común a personas emprendedoras sin hogar con empresas ayunas de la creatividad y el empuje de los olvidados. La solidaridad como industria creadora de empleo y riqueza.
Otro me habla de un programa diseñado para estimar la rentabilidad en Bolsa utilizando big data y de otra aplicación de traducción simultánea ‘made in Valencia’. Luego visito Innsomnia, de Rafael Navarro, una aceleradora tecnológica con una cartera de 1.500 startups que junto a KPMG se va a encargar de digitalizar todos los puertos del país. Insomnia y Lanzadera han convertido la tercera ciudad de España en la principal ‘hub’ digital nacional, muy por delante de los que pueden representar Euskadi, Madrid, Aragón y Cataluña.
Sobre las cenizas del sueño roto de la derecha autóctona, que un día acarició la idea de convertir Valencia en la California europea, persiste el empuje y la iniciativa de una sociedad emprendedora, que cuenta con mejores infraestructuras de movilidad que nunca en su historia y que tiene las condiciones climáticas, de conectividad y formativas como para sobreponerse a la tentación de vulnerabilidad y convertirse en la gran palanca digital de nuestro país. La audacia y el emprendimiento son aquí rasgos caracteriales.