Pablo Manuel Iglesias Turrión. Padre de todas las tormentas. Vicepresidente del tumbamiento del 78, brujo de la tribu coletera, coleccionista de sombras y asesoras. Es la suya una historia de plazas que fueron cloacas, de cloacas que fueron plazas. Infartó a los viejos comunistas, brindó con botellines por no se qué izquierda a la izquierda de no sé cuál izquierda (sic). Iglesias, sí, el hombre que nos vicepreside en este tiempo raro.
Todo quedaría en vodevil zurdo, pero entre que caben en un taxi y que desde La Tuerka saben ventilar los trapos sucios y hacer repreguntas hegelianas, Podemos está aquí como metáfora residual de la política española. Del "vivan las caenas" al "sí se puede" va escrita esta España nuestra en la que el partido de coalición tiene abierto un carajal donde no faltan ni un ataque de cuernos ni un zapatófono, ni mangoneos contables, y así pasamos la pandemia. Sigamos.
Sabemos, por Pepefé Peláez, que Irene Montero -inocente ministra en todo este descalzaperros- se nos descolgó el otro día con un speech feminista sin pies ni cabeza pero que nos gustó por el ritmo creciente de ministra que sabe que o berrea o le espera el ostracismo. Y hace nada se confesaba a la ETB y compartía tarta con sus compis, y ahora va como enmendándole la plana a Clara Campoamor.
Pero no desviemos el foco. Desde hace ya demasiado tiempo el problema -en España y en el mundo, urbi et orbi- es Iglesias, y esos Vistalegres donde siempre va habiendo menos gente. Que sí, que caben en un taxi y aún sobra espacio para que Monedero irrumpa con su pensamiento/aforismo más guionizado que El secreto de Puente Viejo. Ahora que a Iglesias le imputan a su mano derecha y el partido entero está acusado veremos, otra vez, cómo nos cercan a la prensa y cómo nos dirán que si somos esclavos del Ibex y las cloacas.
Para este viaje podemita no hacían falta estas alforjas. La realidad va cercando a Iglesias, y es lo que va quedando.
Quedémonos con que cuando Podemos aterrizó, Tinder aún no estaba bien implantado. Eso lo explica todo. O al menos, mucho.
Los cielos quedaron imputados...