Los violentos disturbios en las ciudades de EE. UU. y los escraches callejeros de jóvenes izquierdistas, blancos y negros, obligando a levantar el puño a pacíficos ciudadanos, sentados en una terraza o paseantes, son una fábrica de votos a favor de Trump. El homicidio de un manifestante partidario de Trump el pasado domingo en Portland ha incrementado la tensión y la polarización.
Trump ha inaugurado una nueva forma de presidencia en los EE. UU: un combate contra la corrección política y una abierta oposición al establishment de Washington que le aleja incluso de la elite tradicional del partido republicano. Si a esto unimos 180.000 fallecidos por el Covid-19, con sus estrafalarios comentarios sobre remedios contra la enfermedad, más el elevado índice de criminalidad y una recesión económica sin precedentes, lo propio sería que Trump perdiera las próximas elecciones presidenciales.
Además, Trump se las ingenia para profundizar en la polarización política de los norteamericanos. La Presidencia de los EE. UU., como Institución, siempre ha gozado de un valor simbólico y respetable, casi religioso. La tradición política americana es que el Presidente representa la unidad de la Nación más que un combativo político frente a sus adversarios. Esa referencia moral ha saltado por los aires sin aparente coste alguno. La agenda de Trump, del gusto de millones de norteamericanos, es reducir el coste de generoso mecenas en instituciones públicas de todo el mundo durante los últimos setenta años (ONU, OMS, OTAN…) y equilibrar la balanza de pagos. Nuevos tiempos.
Las dos recientes Convenciones de los partidos demócrata y republicano han evidenciado que Trump tiene opciones de ganar a Joe Biden. ¿Por qué razón? No ciertamente por sus aciertos desde marzo de 2020, ni por sus formas, sino por los errores del partido demócrata y su candidato.
El primer error de Biden ha sido no condenar los disturbios y la presión que está ejerciendo la izquierda radical al hilo de la violencia policial que ha sublevado a buena parte de la opinión americana. Sólo el pasado domingo, Biden, después de la Convención republicana, ante los argumentos de Trump, musitó su repulsa a “toda” violencia, de izquierda y de derecha.
Peor aún es el error de asumir la consigna extremista de Defund the Police que consiste en reducir y hasta eliminar fondos públicos a la policía para dedicarlos a fines de asistencia social. Con la percepción pública de una elevada inseguridad y criminalidad, reducir fondos a la policía es un error que Biden debería rectificar, pero se encuentra prisionero de sus compromisos con los extremistas y en su apoyo declarado al movimiento Black Lives Matter (BLM). En los sondeos inmediatos al homicidio de Floyd, origen del movimiento BLM, una mayoría de blancos sin formación académica, en varios estados, se declararon a favor de BLM. Dada la violencia y el radicalismo, al final de junio los sondeos fueron del signo contrario.
La idea fuerza de los demócratas es que con la reelección de Trump peligra la democracia. La idea fuerza de los republicanos es la Ley y el Orden como fundamento de la libertad. El peligro de la democracia no se percibe de un modo tan amplio como sí se evidencia la amenaza a la libertad por la extrema izquierda.
El apoyo que recibe el BLM de los medios de comunicación demócratas, entre los que destaca el canal de televisión CNN, una suerte de Sexta TV española, militante a favor de los radicales, resulta exagerado y hasta asfixiante. Es interesante observar el efecto boomerang que se está produciendo entre votantes demócratas por una sobreexposición de las cadenas de radio y TV anti Trump.
El pasado sábado, el editorialista de El País puso como ejemplo de atentado trumpista a la democracia el tema del voto por correo: “La más perversa de sus actuaciones se dirige a minar el derecho a votar. Trump ya alcanzó la Casa Blanca con tres millones menos de votos que Hillary Clinton en 2016 y ahora pretende frenar el voto por correo para aprovechar la inhibición que pueda producir la pandemia entre el electorado demócrata.” Este editorialista ignora el procedimiento del voto por correo en los EE. UU. o fabula.
Resulta divertida la asunción de El País de que la pandemia ha infectado más a los demócratas que a los republicanos, o que los electores republicanos infectados acudirán con fiebre a los colegios electorales a diferencia de los demócratas, temerosos de la pandemia, que prefieren quedarse en sus casas.
La objeción de Trump del voto por correo se debe a la defectuosa regulación electoral americana a diferencia de los rigurosos sistemas de censo y voto por correo que tenemos en España. En EE.UU. no es precisa la identificación del votante pues basta registrarse con un domicilio. Incluso si un elector dispone de más de un domicilio puede registrarse y votar por correo más de una vez. Por correo, en EE. UU., pueden votar hasta los muertos.
Resulta imposible predecir el resultado de las elecciones norteamericanas nueve semanas antes de que se celebren. Los tres debates televisivos previstos entre los dos candidatos serán decisivos y tendrán audiencias millonarias a escala global. Pero el mero hecho de que Biden se encuentre a la defensiva sugiere que su margen de ocho puntos favorable en los sondeos no garantiza la victoria.
La infección de políticas extremistas de un partido moderado, como el partido demócrata americano, tiene dos finales: o perder las elecciones o arrastrar al país a una crisis y a una deficiente gobernabilidad. De eso tenemos en España amplia experiencia.