Quienes no incurrieron en indignación ante el cartel de HBO de la serie Patria se han acomodado, para justificar su flema, en la explicación de que solo es marketing. El propio Fernando Aramburu lo ha dicho, aunque poniendo “márquetin”, que para eso es escritor: “Atribuyo el cartel a una estrategia de márquetin que no comparto”.
No la comparte, pero en la comprensión hay una cierta justificación. Es interesante cómo lo que tiene que ver con el comercio, con el dinero, tiende a justificarse por sí mismo: es una estación final de los razonamientos. “Ah, si es marketing entonces ya no hay nada más que decir”. Se cierra así, con la explicación, una línea que podría resultar fecunda.
Evidentemente, el cartel de HBO es marketing, puro marketing. Un marketing exitoso (su éxito ha llegado hasta esta columna), aunque no por ello menos abyecto y repulsivo. La inicua simetría que establece entre los asesinados por ETA y los torturados por las fuerzas policiales es su estrategia de venta. La yuxtaposición de los dos fotogramas insinúa una sintaxis: lo uno conduce a lo otro. Y postula un equilibrio: ambas violencias se sostienen.
Podría servir también como estrategia de venta o de justificación tanto para los policías que torturaban como para los terroristas que asesinaban: “hacíamos lo de este fotograma porque estaba lo del otro”. Los comerciales de la HBO, pues, además de vender la serie, les habrían dispensado su marketing a terroristas y a torturadores. Un marketing aún más abyecto y repulsivo.
Encuetro en las memorias de Fernando Savater, Mira por dónde (2003), estas reflexiones sobre la impresión que produciría leer la prensa de finales de los ochenta: “basta con que el firmante del artículo sea semiprogre o seminacionalista y ya resulta imposible determinar claramente cuál es el grupo terrorista, si ETA o la Guardia Civil. Otros, en cambio, se entregaban patrióticamente a la apología apenas encubierta de la tortura por la buena causa y del asesinato paramilitar, para que prueben su propia medicina. Se diría que todo el mundo confiaba en los crímenes y casi nadie en las instituciones democráticas...”.
Precisamente de la conculcación de la democracia por parte de ETA en los pueblos en que dominaba (y por extensión en el País Vasco) es de lo que trata la novela de Aramburu. El marketing de ETA, en cambio, se empeñaba (como siguen haciendo sus herederos) en lo contrario: es la España nacida de la Constitución de 1978 la que no es democrática. La miseria del cartel de HBO está en que suscribe exactamente este marketing.