España se ha metido en una ratonera tontísima. El que sea tontísima nos inclinaría a pensar que con un poco de inteligencia se podría salir de ella. Y así sería, en efecto. En contra de esa esperanza está nuestra historia: caracterizada precisamente por la falta de ese poco de inteligencia.
La Transición nos había malacostumbrado. Ese poco de inteligencia se produjo. Por ese poco hemos vivido casi cuarenta años de libertad, prosperidad y aceptable paz civil. Con un marco, el de la Constitución de 1978, que permitía que se afrontase cualquier tipo de problema político real.
Lo malo ha venido cuando han empezado a introducirse (a reintroducirse) todo tipo de problemas políticos irreales. El primero, la falacia de que la Constitución de 1978 es el obstáculo para la resolución de los problemas políticos reales. Es como si no se soportase que algo hubiese salido medianamente bien en nuestra desastrosa historia.
La aspiración tan antipragmática de cargarse la Constitución me recuerda a aquellos hitos suicidas del “más vale honra sin barcos que barcos sin honra” y similares. Es, ciertamente, una aspiración muy española.
Y qué vergüenza para los que nos sentimos herederos del ideal de la II República (no tanto de su desdichada plasmación) ver que “república” ocupa el lugar de “honra” ahí. Porque en la famosa frase lo de “honra”, además de suicida y absurdo, era fraudulento. Lo que fue promesa de ilustración es hoy moneda de oscurantismo.
Soy muy pesimista. La deriva ya era preocupante cuando llegó la pandemia. La conciencia de su gravedad, con el primer estado de alarma, fue un punto de inflexión. Se pudo haber rectificado entonces, ante la realidad atroz (resumida en dos palabras: ruina y muerte) que se nos venía encima. Ha ocurrido todo lo contrario. Es terrorífico.
Como ha dicho Ignacio Varela, el desastre se ha debido a un “fallo multiorgánico” de nuestra sociedad: de todas las instancias políticas, y también de la población. Pero el máximo responsable es el Gobierno Sánchez-Iglesias. Quizá porque es la expresión tangible de ese fallo multiorgánico: en él ha desaguado casi todo lo que en España falla, casi todo lo que está equivocado.
Ahora desde el propio Gobierno se está en lo de la “honra”, en aquel sentido fraudulento y pomposo, en vez de en los barcos. Se está en fomentar la división, en burlar la Constitución y atacar al Rey mientras nos hundimos. Naturalmente, por el poder. Será un milagro que nos salvemos de este naufragio.