El cierre de un bar, de cualquiera, es un triunfo de la barbarie y del populismo, que sabemos que es más de plaza al sol donde rascarse los piojos. Alvarito ha cerrado el Delorean y se ha vuelto a Illescas, donde el caballero de Lope, abatido por esta incertidumbre que nos abate (sic).
El Delorean ha sido estos años ese rompeolas de todas las Españas en las que había medio Seat colgando en la pared, algún póster de Regreso al futuro y una pareja de emprendedores que se amaban.
El Delorean era el refugio del columnista, tras el duro bregar, allí celebramos el primer secuestro/confinamiento y allí merendamos tequila mientras el BOE de Illa se iba imprimiendo.
Alvarito no aguantaba más, y ha sido héroe todo este tiempo. La noche del postconfinamiento tenía algo de apocalíptico, pero la media luz del Delorean estaba siempre ahí, como una cura de infartos. Las noches del Delorean, faro verdadero de Moncloa/Argüelles, eran mi Café Gijón, mi sociabilidad máxima y mi relajo antes del sueño en el sótano. Con las broncas amables entre Gervasia y Lizardo, héroes del subsuelo.
Aún veo a Álvaro agitando el margarita y yo con los periódicos del día anterior abiertos en busca de no sé qué columna, en un bar que más que pub era una cueva con rocas de PVC y el hueco de alguna rubia vizcaína que no se dejó invitar porque iba con prisas y tenía el bono/taxi. Y las risas de Quique San Francisco cuando me inventaba, con la voz de Carlitos Alcántara/Carlos Hipólito, capítulos distópicos del Cuéntame.
Por una barra pasa toda la civilización, y así nos lo dejaron escrito Apicio y el gran Alvite: uno con sus tabulas y otro con su Savoy. Hay bares que marcan una época, y los huérfanos de padre siempre nos hemos refugiado en la barra, en la barra que nos da protección frente al frío de la vida.
Una barra es un asidero en tanto que las terrazas son para el verano y las instagramers, como la amiga de Ponce, claro. El Merbeyé de Sabino Méndez y de Girauta, El Colmao de Juan Bautista y Margarito; el Pimpi Florida del arribafirmante... Toda una época se nos va con el bicho y con Simón ascendiendo a los cielos en globo de helio.
Yo ya tengo la lágrima seca de somatizar con lloros estos tiempos. Con el Delorean cerrado se ha ido de repente una época de noches cachondas y consuelos democráticos.
Compré allí una camiseta con el lema "Serendipia" creyendo que me traería suerte. Olvidé la camiseta en el garito y mañana el Delorean será una farmacia. También se aprende a morir, que diría el vate de Cuenca.