Nadie podía saberlo. Mentira. Una más, ni la primera ni la última. Pero la más importante. Su defensa.
Hasta once veces les avisó el Departamento de Seguridad Nacional dependiente de Presidencia del Gobierno. Directo, sin filtros, ellos mismos.
Desde enero sabían lo que se nos venía encima ¿Qué les llevó a minimizar, a negar el riesgo? ¿Por qué no hicieron nada? ¿Son malos? ¿Ineptos? ¿Ambas cosas?
Estrategia ¿Qué ocurría en los meses de enero, de febrero, en los primeros días de marzo? ¿Qué sucesos de vuelo corto y ambición larga iban a tener un resultado distinto si se actuaba ante lo que sin duda iba a ocurrir?
A mitad de enero, Pedro Sánchez proponía a Dolores Delgado como Fiscal General del Estado. Del Ministerio de Justicia a presidir la Fiscalía con el carnet del PSOE en la boca. Se confirmaba también que España tenía el Ejecutivo más superpoblado de Europa.
En febrero andábamos trasegando las maletas de Delcy Rodríguez y las mentiras de Ábalos. También –quién lo diría– se había disparado el gasto y se preveía otro frenazo en el empleo.
En marzo, sí, ya sabemos, la macro kermesse en la que Montero y Calvo iban a competir por ver quién era más feminista, más inclusiva y más guay.
No fingiré conocer los procesos mentales de Pedro Sánchez o de Iván Redondo. No sé si alguna de esas cuestiones tuvo algo que ver con la parálisis ante la pandemia o qué demonios pasaba por su cabeza y de qué cosas parece que jamás nos enteraremos.
Recuerdo haber escrito sobre la manifestación feminista del 8-M, sobre los guantes de látex morado de las ministras Calvo, Valerio, Celáa y González Laya, y me preguntaba qué sabían ellas que el resto ignorábamos. Lo escribía cuando yo misma, como muchos, aún creíamos que el Covid-19 no era más que una gripe exagerada.
No importa si esos guantes fueron casualidad o consecuencia. Ahora sabemos que Pedro Sánchez lo sabía ¿también ellas? Lo ignoro. Lo cierto es que alguien tomó la decisión de no hacer nada ¿Conscientemente? ¿En enero? ¿En febrero? ¿En marzo?
Y quien o quienes fueran ¿imaginaron las consecuencias? ¿Se han sentido después culpables? ¿Un poco? ¿Algo? ¿Nada?
En España nos hemos acostumbrado a las mentiras como si fuesen ya parte de nuestro ecosistema. Poco o nada nos lleva a escándalo. En los medios de comunicación acabamos comentando verdaderas atrocidades sólo desde la óptica de sus consecuencias políticas, como si todo fuese un juego de estrategia, como si sus efectos no impactasen en nuestra vida.
53.000 muertes. De esas sabemos que muchas se hubiesen podido evitar. Quizás por eso nos ocultaron casi la mitad de ellas y cerraron la primera ola con una ceremonia absurda con la que dejar claro que fuera de su cifra, todo lo demás era fabulación, y que a partir de ahí, tabla rasa.
Puede que el número de fallecidos no nos conmueva porque en los peores momentos y aún después se nos vetó la imagen de la muerte y ahora es sólo un goteo constante. Hasta que te toca a ti. Y al menos a uno de esos números le pones cara. O hasta que vives la angustia de sentir que te falta el aire, pierdes la conciencia y despiertas tiempo después débil y asustado.
Ayer andaba Sánchez plantando brotes verdes con aroma europeo. Hoy ya es oficial que estamos en la ruina. Algunos sólo necesitaron hacer números en junio para llegar a esa conclusión.
Lo sabían, no hicieron nada ¿por qué?