El día de la Fiesta Nacional constituye un mirador de nuestras grandezas, pero también exhibe las dificultades de entendimiento de una parte de la sociedad española que no se reconoce en un pasado común. El drama de España es que se ignora la historia; peor aún, se enseña parcial o distorsionada.
El que no sabe historia, no sabe quién es. Esta ignorancia genera un choque entre sus vivencias y percepciones y las de la otra parte de la sociedad, más ilustrada o menos envenenada. Llevará varias generaciones resolver esta contrariedad que necesita un punto de encuentro, de paz y de sosiego. Muchos creímos hallarlo en el espíritu de la Transición. Por ello, defender y mantener ese legado permitirá encauzarnos hacia una comprensión menos cainita de nuestra historia; una historia más vinculada y parecida a la de las grandes naciones europeas y, por tanto, menos explicable por odios vecinales, localistas o regionales.
Por lo que respecta al brillante acto celebrado el pasado lunes en la Plaza de la Armería se puede destacar el impresionante marco arquitectónico (expresión del peso de la Corona en la Historia de España) y la perfección de los escuadrones militares participantes. La emoción de la preciosa canción, La muerte no es el final, compuesta por el sacerdote vasco de Hernani Cesáreo Gabaraín Azurmendi (1936-1991), es un cumplido homenaje a los caídos por la Patria y una valiosa aportación guipuzcoana a este acto de Madrid.
Me permito hacer algunas observaciones de presencias inadecuadas y de ausencias no justificables. En cuanto a presencia, voy a explicarlo de manera que hasta el presidente del Gobierno lo pueda entender. Imaginen Vds. que convocamos en nuestra casa a diez invitados a una cena formal. Lo lógico es que los anfitriones reciban a los invitados. No es normal que uno de los invitados se coloque en la puerta, al lado de los dueños de la casa, dando la bienvenida al resto de los invitados. Pues eso es lo que hace el presidente del Gobierno.
Alguien de protocolo de Zarzuela, del Gobierno o de Asuntos Exteriores tendría que explicar al presidente que no es miembro de la Familia Real y que por tanto no le corresponde acompañar al Rey en el saludo a las autoridades por cuanto él es una autoridad, un invitado más. Según la Constitución, en una monarquía parlamentaria el presidente (una suerte de primer ministro) es la cabeza del Ejecutivo, uno de los tres poderes del Estado, junto con el presidente de las Cortes y el presidente del Poder Judicial.
Este encumbramiento del presidente del Gobierno sobre el resto de los poderes del Estado, junto a su hábito de saludar a las autoridades, acompañando al Rey, es una muestra del mal funcionamiento de nuestro sistema político, en el que el presidente lleva invadiendo todos los ámbitos del poder (y, ahora, hasta de la sociedad civil) desde 1977.
La ausencia de los presidentes de las Comunidades autónomas del País Vasco y Cataluña forma parte del escenario habitual y parece que, hasta que no se produzca un vuelco en la opinión, los ciudadanos de Cataluña y de las provincias vascas tendremos que padecer la orfandad a la que nos someten esos dirigentes nacionalistas.
Desde otro punto de vista, una ausencia no justificada es la del cuerpo diplomático acreditado en Madrid. España es un país importante en el concierto mundial y, por tanto, la presencia de los embajadores en nuestra Fiesta Nacional es poco menos que inexcusable. En la armónica y regia Plaza de la Armería (que no Patio) había espacio suficiente para otra tribuna para algo más de cien embajadores. Si es por razones de seguridad sanitaria (que parece exagerado), al menos el Ministerio de Asuntos Exteriores podía haber invitado a los embajadores decanos regionales (por Europa, Asia, América, etc.) y, como mínimo, al decano del Cuerpo Diplomático, constituido desde hace siglos, que es el Nuncio de Su Santidad.
Algún detalle no menor: el fallo de los colores de la bandera nacional emitidos sobre el Palacio Real por la patrulla de aviones merece pedir responsabilidades al jefe de mantenimiento de los aparatos. No es imaginable nada parecido en exhibiciones de aviones similares en Londres o en París.
Por lo demás, si la protesta republicana de miembros de este Gobierno consiste en no llevar corbata y omitir un saludo, no es para preocuparse. Este Gobierno, que algunos llaman “Gobierno de Frente Popular”, es despótico, pero también débil e inestable; y como amenaza, creo que los ministros más fanfarrones y habladores tienen las garras recortadas o los cuernos muy afeitados.
Largo Caballero no dudaba en desestabilizar la II República, incitar a sus huestes hacia la dictadura del proletariado y amparar cientos de asesinatos políticos entre febrero y julio de 1936. Comparados con Largo Caballero e Indalecio Prieto, los dos ministros, Iglesias y Garzón, admiradores de Lenin, parecen jefes pedigüeños de ONG subvenciondadas.
El título de la brillante Jornada del pasado lunes, repetido hasta la saciedad en TVE, “El esfuerzo que nos une”, será muy bien intencionado, pero no se compadece con la realidad. Ni esfuerzo, ni unidad siquiera dentro del Gobierno. Me temo que para este 12 de Octubre se debió elegir otro eslogan: “La paciencia que tenemos”.