El Covid-19 es un desconocido. No sabemos su ciclo de vida e ignoramos cuándo habrá una vacuna o su eficacia. Lo que sí sabemos es que existe, que está entre nosotros. Ante su existencia podemos sucumbir o convivir con él.
El impacto de esta segunda ola de infecciones masivas del Covid-19 ha convertido la pandemia en el tema principal de la campaña de las elecciones americanas desvelando dos estrategias de lucha opuestas entre sí. Trump es partidario de las cuatro medidas esenciales (distancia, evitar locales cerrados sin ventilación, mascarilla, y atención a grupos de riesgo) y mantener la economía lo más abierta posible. Biden coincide con esas cuatro precauciones mediadas, pero pide, además, órdenes estrictas de confinamiento. En su caso, la actividad económica pasa a un segundo plano.
El próximo martes 3 de noviembre, día de la elección del presidente de los EEUU, vamos a comprobar si los norteamericanos deciden convivir con el virus o sucumbir al virus. Trump representa la primera opción; Biden la segunda.
Es interesante resaltar esa coincidencia entre los políticos de izquierdas recluidores, empeñados en aplicar confinamientos, que en caso de España han sido más intensos y extensos que en cualquier otra democracia occidental. A pesar de ello, nuestros resultados globales han sido peores y con un efecto sobre la economía española completamente letal según reconoce el Fondo Monetario Internacional.
Comparado con los discursos de Trump, Merkel, Johnson o Macron lo que me llama la atención es la absoluta falta de empatía del presidente Sánchez hacia los millones de personas perjudicadas por los confinamientos y limitaciones laborales o de la industria del ocio y turismo de toda España. Ni una palabra de esperanza, de comprensión, de empatía; todo se reduce a una apuesta por los subsidios que es ruinosa para el trabajador, para el autónomo o empresario y encima a cargo de una deuda impagable siquiera por nuestros nietos.
Todo ello se hace “asesorados por expertos” (¿cuáles? ¿los que no existen?) o por un tal Simón que, el 31 de enero, anunció que sólo habría “algún caso”. Todo se hace anteponiendo la “salud a la economía”. Como muy bien ha señalado el presidente de la cadena de supermercados Mercadona, Juan Roig, “la dicotomía entre salud y economía es como elegir entre respirar o comer”. Sánchez decidió en marzo limitarnos a sólo respirar.
Los medios de comunicación insisten en el aumento del número de infecciones pero no comparan las cifras e iniciativas políticas con otros países. Por ejemplo Chequia, con el triple de infectados por día comparado con España ha decidido medidas restrictivas por un plazo de treinta días. Ningún país de la UE ha hecho tan mal las cosas como este gobierno ni ha tenido unos confinamientos tan prolongados.
Lo peor es que ahora pretende someternos al suplicio de un control tiránico delegado durante seis meses, apoyado por una parte de la sociedad española lobotomizada por el terror. El sentido último del decreto-ley de alarma y estado de sitio, cuyo apoyo pretende recabar mañana jueves, es:
1 Desviar a los gobiernos regionales el desgaste de las medidas inoportunas e impopulares de los confinamientos.
2 Evitar tener que someterse al control parlamentario cada quince días. El Congreso queda reducido a un edificio para visitas de turistas madrileños.
3 Disponer de seis meses para toda clase de iniciativas políticas sin posibilidad de protesta en manifestaciones públicas. En el fondo, aunque no se incluya, se produce otra limitación de un derecho fundamental: el derecho de manifestación. El ideal del dictador: gobernar por decretos leyes sin protesta social en la calle.
Para todos los presidentes de gobierno el único índice que les preocupa es el de los sondeos de opinión electoral. Sánchez, por medio del CIS, ha comprobado un lento declive desde abril de modo que la suma hoy del bloque de los tres partidos (PP, Cs y Vox) supera ya al PSOE-Podemos. De ahí que quiera trasladar la responsabilidad del confinamiento a los presidentes de las regiones y evitar cualquier protesta en la calle.
En este contexto, es preciso un liderazgo político y social que se oponga al estado de alarma (permanente); unos medios de comunicación que no sean seguidistas acríticos de Sánchez y una propuesta favorable a la actividad económica que no obligue a elegir entre respirar o comer.
Nos queda observar el resultado electoral del 3 de noviembre para saber si triunfa el sometimiento voluntario y entusiasta de Occidente a nuevas formas de dictadura, de reclusión y limitadoras de nuestra libertad. Por el momento, en España, ya padecemos y sabemos que Sánchez lleva ganada hasta hoy esta partida que nos conduce a sucumbir en lugar de a convivir con el virus.