Aunque hay quien tiene una concepción más estrecha, en este siglo XXI, para quien se sienta español y crea en el proyecto colectivo que eso representa, existen formas diversas de defender a España. Y no es imposible que entre ellas se encuentre acercar a los presos de ETA a cárceles próximas al País Vasco o que se procure que quienes hablan una lengua distinta del castellano no sientan que les faltan las herramientas para preservarla.
Antes de que alguien arremeta contra quien esto escribe, me apresuro a aclarar la paradoja, para quien así la perciba. Que la sociedad que derrotó al terrorismo de ETA —con la ley en la mano y gracias al esfuerzo, la inteligencia y la profesionalidad de sus servidores públicos— tenga para con el vestigio carcelario de la organización un gesto de magnanimidad, que no lo es tanto con quienes lo forman como con sus familias, la fortalece en vez de debilitarla.
Todo combate es un combate moral, y en el que hubo de darse contra la extorsión etarra importa dejar patente la diferencia entre el Estado de derecho y aquellos que aceptaron que el asesinato podía ser una herramienta política. Máxime cuando han desaparecido las razones que en su día aconsejaron la dispersión y cabe volver a la normalidad penitenciaria.
En cuanto a la protección, incluso reforzada, de las lenguas españolas distintas del castellano, nadie con una mínima noción de nuestra historia ignora que su postergación —y en algunos casos más puntuales su persecución— fue en el pasado, para los pueblos donde se hablan, factor relevante de desafecto hacia el proyecto común de España. Por el mismo motivo, ampararlas e impulsar su desarrollo es ofrecer un argumento a su favor.
Visto lo anterior, no es seguro que pueda sostenerse que el PSOE está fallando en su compromiso con España, y por tanto con la cuarta letra de su acrónimo, por el mero hecho de que se avenga a tomar, en general, medidas en esas dos direcciones. Lo que nos mueve a temer que esté perdiendo, para desolación de muchos de sus votantes y militantes, la E de sus siglas, es la manera en que está explicándolas y acordándolas, y sobre todo con quiénes y cómo estos las están comunicando a su vez.
Toda la bondad, incluso la razonabilidad de la decisión de acercar a los presos a sus familias se resquebraja cuando se ve a los portavoces de EH Bildu jactándose de que no se hace porque el PSOE entendiera que debía hacerse, sino porque ellos se lo han arrancado a cambio de aprobar los Presupuestos. Muy poco ayuda, además, que presuman de utilizar su nueva influencia en Madrid para derribar el régimen. Y menos aún que, ante tales alardes, los portavoces del PSOE callen estruendosamente.
Toda la conveniencia, incluso la necesidad de fomentar el conocimiento del catalán queda en entredicho cuando el modo de propiciarlo es erradicar de la ley de educación que se aplica a todos los españoles la declaración de que el español o castellano —nuestro patrimonio lingüístico común, y que a cualquier país le encantaría haber dado al mundo— es lengua oficial de todos y se garantiza del único modo posible, con su carácter vehicular, sin perjuicio de que a la vez lo sean otras lenguas, que en todas las escuelas de España se adquiere su dominio pleno. Abdicar de esto, y permitir que ERC lo exhiba como trofeo ante el electorado catalán, es de una torpeza incomprensible e injustificable.
Dicen los portavoces gubernamentales que se trata de sacar adelante los Presupuestos que necesitamos desesperadamente. La duda es si esa urgencia no deja otra salida que premiar a quienes sin ocultarlo aspiran a que el proyecto español fracase y dejarles presumir de ello. Había margen para no darles tanto a cambio de tan poco. Para negarse y ver qué hacían entonces.