Tengo escrito por ahí que una Navidad con Celaá será diferente. Que sentaremos a un ágrafo en cada mesa.
Que no nos regalemos libros, dicen o piensan, no sea que nos hagamos autodidactas y pensemos por nuestra cuenta y nos demos cuenta de que el truño educativo es de órdago y que España, la pobre, no resistirá la ola definitiva de la Lomloe.
Lo cual que se vio en este fin de semana a María Isabel Celaá Diéguez muy activa por los televisores, vendiendo las contradicciones de esta ley que ha condenado a nuestros hijos a ser bobos en 8-G y en streaming. Yo ponía la televisión y ahí estaba Celaá, como una pedagoga elegante y mustia, intenté cambiar de canal y me puse para digerir algo de la Pantoja, que, como la misma Celaá, quiere lo mejor para sus niños. O para sus niñas.
Después de las tanganillas de los del lacito naranja, lo de la Ley Celaá y un alumnado lobotomizado va saliendo adelante porque España se está muriendo y no sabe si va a pasar enero como para andar pensando en pasar de curso.
No nos engañemos, la Ley Celaá propone que nuestros hijos progresen adecuadamente -y rascándose el bolo- en el pinta+recorta+colorea en lenguas vernáculas que es el bachillerato. Se trata de ir creando el marco educativo para que Adriana Lastra parezca Castelar. No crean otra cosa.
Celaá, entre casoplones y el sí de las niñas, se pone muy digna en las televisiones embutida como en un Balenciaga de los años cuarenta. Hay algo en Celaá y en su ley, en su amor y su pedagogía, que viene a ser como una venganza pública de cuando era portavoz y flojeaba en eso de la oratoria, que sí es ciencia que estudian en los concertados de curas.
La comunidad educativa tiene ya su monstruo, aunque en los institutos públicos el maestrillo de la camiseta verde y de las marchas del mismo color está radiante: por fin puede convertir el aula en un recreo multicolor y dedicar las tutorías a explicarle a niños de diez años lo que Jorge Javier les explica a las marujas.
Le pido a los Reyes un cuaderno Bruño y una pizarra de pizarra. Porque ahí estamos la Resistencia.