El periodista Antonio Caño acaba de publicar una interesante biografía de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuya lectura recomiendo, pues aporta informaciones sobre corrientes y vivencias políticas dentro del PSOE y en sus relaciones con el PP.
En el año 2003, la también periodista María Antonia Iglesias, publicó otro libro, La memoria recuperada. Lo que nunca han contado Felipe González y los dirigentes socialistas, que recoge amplia información sobre el funcionamiento de la política en cuanto a las relaciones personales y de los grupos o clanes de la vida interna del PSOE y sus repercusiones en el gobierno de la Nación.
A mi juicio, lo más relevante del libro de Antonio Caño (aparte de informaciones y anécdotas divertidas) es el escrito, la propuesta formal de Rubalcaba a Rajoy, con fecha 7 de marzo de 2013, de reforma constitucional ante la previsible crisis secesionista de Cataluña y la creciente desafección de gran parte de la opinión hacia el Estado autonómico. Como es sabido, Rajoy no atendió a la posibilidad de acordar con el PSOE una reforma constitucional y el problema no ha hecho otra cosa que empeorar.
Fue una oportunidad perdida. Entre los dos grandes partidos nacionales sumaban en 2011, en el Congreso, 296 diputados (más cinco de UPyD y otro de Foro Asturias, 302 diputados) y se pudieron proponer algunos cambios en la Constitución a partir de la iniciativa de Rubalcaba que fungía como secretario general del PSOE. Fue la primera vez que los dos partidos nacionales hubieran podido sentarse y avanzar en la resolución del fracasado modelo territorial autonómico diseñado por los constituyentes del 78. Se podía haber aprovechado también para la reforma de otros temas pendientes, como la ley electoral.
En mi opinión, Rajoy no hizo caso de la propuesta de Rubalcaba por tres motivos: 1, por su carácter pasivo (“¡Jo, qué lío!”); 2, porque no tenía un diseño propio de hacia dónde ir en reformas políticas y por último, 3, porque lo que le preocupaba a Rajoy, en 2013 y en los años siguientes, eran dos nombres propios: Correa y Bárcenas. Ahí sí se empleó a fondo de modo oculto o disimulado.
El largo escrito de Rubalcaba de ocho densas páginas de análisis, muy precisas en los objetivos y artículos que pretendía reformar, languideció en conversaciones delegadas “secretas”. Poco después, la oportunidad de un acuerdo despareció por el deterioro de la vida política por los constantes casos de corrupción y por la decadencia de Rubalcaba en el PSOE ante el ímpetu de un nuevo líder, Pedro Sánchez, que no estaba por el acuerdo con el PP, sino por desplazar a Rajoy mediante una moción de censura.
Rubalcaba acertaba en urgir un acuerdo con el PP ante los previsibles avances separatistas en Cataluña y señalaba que resultaba insufrible mantener abierto un escenario de continuos reproches que amenazaban (y amenazan) una convivencia en paz y libertad al conjunto de los españoles y, en particular, a los ciudadanos de Cataluña. Entre unas crecientes tendencias recentralizadoras y otras descentralizadoras, Rubalcaba se inclinaba por una solución intermedia, federal, tomando como modelo soluciones propias del estado federal alemán:
“No se trata de una reforma que nos sitúe en el comienzo de nuestra andadura democrática, como si se tratara de un nuevo momento constituyente, sino como la evolución natural del Estado autonómico. De hecho, no cuestionamos ni sus fundamentos ni siquiera su denominación. Seguimos creyendo firmemente en ese modelo de autogobierno profundo y de flexibilidad y singularidades inteligentes, y seguimos apostando por su desarrollo y evolución que solo puede ser en la dirección de los modelos federales más perfectos. Lo que no podemos hacer es quedarnos quietos y asistir pasivos a la demolición del modelo en medio de un fuego cruzado de independentistas y recentralizadores”.
La propuesta de Rubalcaba daba por sentado que la recentralización no era ni conveniente ni viable y proponía una solución que consolidaba la descentralización y diseñaba un procedimiento de financiación estable. El texto de Rubalcaba es una buena muestra de despotismo ilustrado. Consiste en diseñar una tercera vía, negociada en “secreto” entre la elite, que se ofrece posteriormente a los españoles para que lo aprueben en referéndum.
Si la opinión está dividida entre independentistas y recentralizadores, el primer paso es abrir un debate público y parlamentario y determinar si el sujeto de la soberanía nacional, el conjunto del pueblo español, está por más descentralización (y las soluciones federales consolidadas van en esa dirección) o por la recentralización. Pero a la timorata clase política a la defensiva que hemos tenido, entre 2004 y 2017, les aterrorizaba llevar la iniciativa y han permitido que los separatistas y la extrema izquierda sean los que marquen la agenda política.
El PP, como principal partido de la oposición, haría bien en devolver a Sánchez la propuesta reformista de Rubalcaba: un gran acuerdo nacional que resitúe el mapa territorial partiendo de la base de que no se puede continuar con la presente inestabilidad y constantes agravios de unas comunidades contra otras. España no resistirá muchos años esta dinámica destructiva.