Los haters de la Constitución tienen algo en común: jamás aclaran qué títulos o artículos reformarían si iniciaran un nuevo proceso constituyente. Salvando las simplezas de brocha gorda -fuera la monarquía y dentro derecho de autodeterminación- sabemos poco sobre la alternativa constitucional de los enemigos del 78. No suelen pronunciarse sobre la jurisprudencia que ha emanado del Tribunal Constitucional, ni sobre la doctrina que las miles de sentencias han ido tejiendo, y que es la responsable de la ruptura definitiva con la justicia preconstitucional.
Los haters no entienden de complejidades. Su alternativa es: Franco, no; Rey ,tampoco; República sí; fueros, también. Y hasta ahí.
Pero este silencio respecto a los detalles de su alternativa no es sólo fruto de la inmadurez o la falta de imaginación. Lo que pretenden reformar con más obstinación no es tanto la Constitución como el régimen emocional que la hizo posible: el 78 es ante todo un pacto sentimental, erigido sobre el relato más odiado por populistas y nacionalistas: la reconciliación. No aceptan que el nacimiento de nuestra democracia no pueda entonarse en un canto homérico, pues el tirano murió en la cama y sus Cortes se disolvieron voluntariamente.
Sin embargo, que nuestra historia no sea épica no quiere decir que no sea heroica. Pocas acciones colectivas requieren tanta audacia y valentía como el reconocimiento del adversario, el desterramiento del odio o el abrazo con vistas al futuro. Quienes reniegan de la Constitución detestan sobre todo el régimen emocional que esta consolidó. Y saben que no necesitan tocar el texto para derogar la fraternidad. Su objetivo es rasgar esta fibra emocional hasta el desgaste. Y, lamentablemente, lo están consiguiendo.
Recordarán que hace dos años, en la conmemoración del cuarenta aniversario de la Constitución, se publicó un vídeo donde dos ancianos, veteranos de la batalla del Ebro en bandos opuestos, escenificaban la reconciliación en una conversación cordial. El vídeo, cómo no, indignó a los dirigentes de Podemos. Fiel a su estilo, Monedero lo clasificó como “una puta vergüenza”.
No debemos banalizar ese rencor, pues es el sentimiento que ensambla el bloque de los presupuestos. A Podemos no le urge reformar este o aquel artículo, sino minar el suelo emocional sobre el que todavía convivimos.
¿Cómo explicar, si no, las declaraciones diarias, incendiarias e insidiosas, del portavoz Echenique? ¿Cómo encajar que un Vicepresidente del Gobierno provoque a la oposición y celebre su ostracismo? Esta lluvia ácida es altamente corrosiva para la convivencia. Pero de eso se trata: sólo rechaza la reconciliación quien considera útil recuperar el odio.