¿Se acuerdan de aquella atracción de feria, el látigo? Los cochecitos orbitando en torno a un núcleo y de vez en cuando ¡zas!, un tirón violento y seco; una especie de caos repentino que crujía a los ocupantes, pasado el cual estos comprobaban que seguían orbitando en torno al núcleo. Así los sanchistas.
El líder, como los antiguos sátrapas, va adoptando decisiones caprichosas. Su séquito de intelectuales (columnistas, tertulianos, académicos más o menos prestigiosos) son crujidos con los latigazos, pero ahí siguen: orbitando en torno.
Y emitiendo sin parar justificaciones. En apenas un año, la trayectoria de todos ellos es el dibujo de un sismógrafo en un terremoto. En realidad, ni siquiera justifican (es decir, razonan) los volantazos: simplemente se adhieren inquebrantablemente a cada nueva dirección nerviosa.
Algo delata, sin embargo, a los más finos (digamos a los Vallespines): las previsiones racionalizadoras (aproximadamente prescriptivas) que hacen cada cierto tiempo y que nunca se cumplen. Lo cual no los cohíbe. En ningún caso han vuelto a esas previsiones, ni han criticado al líder por no seguirlas: solo las han dado por no hechas. Para seguir en el látigo.
La nueva previsión racionalizadora dice que Sánchez dejará en la estacada a sus socios extremistas tras la aprobación de los Presupuestos. En ese “regreso al centro” que postulan exhiben involuntariamente su culpabilidad por lo que han venido apoyando antes de ese “regreso”. Una culpabilidad por otro lado poquita: si ese “regreso al centro” no se produce, tampoco dirán nada. Seguirán en el látigo.
El problema del PSOE es que ha ido demasiado lejos. El PSOE ya no es el PSOE: es el PSOE-Podemos. Y Sánchez ya no es Sánchez: es Sanchiglesias. Casi pienso ya, tristemente, que al PSOE le pasa como a cierta novela que le dieron a juzgar a Borges y de la que Borges dijo que solo podría ser mejorada mediante su destrucción.
Cabe una ultimísima esperanza, sin embargo. Que Sánchez, en efecto, deje en la estacada a sus socios extremistas tras la aprobación de los Presupuestos. Pero no ya por motivos racionalizadores, que para Sánchez no cuentan, sino estrictamente caracterológicos.
Lo único en lo que se ha mantenido sin mudanza Sánchez ha sido en su pulsión por mentir, por traicionar, por hacer lo contrario de lo que ha prometido. Si así lo ha hecho con todos, ¿por qué iba a dejar de hacerlo con Iglesias, Rufián y Otegi?
Dependemos ya solo de que también con ellos quiera matar el gusanillo.