Anoche tuve dos sueños.
En el primero paseaba por la República social y plurinacional del bienestar. Qué maravilla. No creerás lo que vieron mis ojos.
Desde que uno tenía prácticamente uso de razón hasta que moría, iba encadenando subsidios. De entrada, podías solicitar el ingreso básico universal nada más cumplir la mayoría de edad, que se había adelantado a los catorce años.
Para quienes preferían trabajar, estaba vigente la semana laboral de cuatro días. Prohibidas las horas extra, que quitan tiempo para conciliar. Si por cualquier circunstancia te quedabas en el paro, tenías un amplio y generoso subsidio de desempleo. Y las mejores condiciones de jubilación.
En el caso de necesitar dinero para cualquier imprevisto, nada de agobios. No había bancos para chuparte la sangre con créditos abusivos. Ahí estaba la banca pública, cuyos responsables gestionaban los fondos con una máxima invariable: "El dinero público no es de nadie".
Aun así, para desterrar cualquier posible descalabro, los ciudadanos no pagaban ni luz, ni agua, ni gas.
Pero el paraíso, no te lo pierdas, empezaba ya en la infancia. Todos iguales. Para no hacer distingos, sólo existía la escuela pública. Aquí funcionaba otra premisa: "Los hijos no son de los padres".
En el colegio, la materia más complicada era "Valores cívicos y éticos", una versión mejorada de "Educación para la ciudadanía". En cualquier caso, y para evitar traumas infantiles, podías pasar de curso e incluso llegar a licenciarte con entre ocho y diez suspensos. Por supuesto, en el deporte escolar estaba prohibido ganar y perder: todos los partidos terminaban en empate.
Si vivías en una comunidad con lengua propia, la cosa era más emocionante aún, porque tenías como asignatura extra "Formación del espíritu nacional".
Las tres carreras más prestigiosas eran la de político, asesor y artista. Para acceder a las dos primeras no era necesario tener estudios especiales ni experiencia en la gestión. Si surgía cualquier problema, siempre se podía recurrir a un gabinete de expertos cuyos nombres no se facilitaban para no estigmatizarlos. Y para los debates sólo hacía falta saber leer: los discursos, réplicas y contrarréplicas se llevaban escritos de antemano.
Ser artista en cualquier faceta era también muy accesible, pues esta actividad se regía por la norma que establece que todos podemos ser lo que queramos.
Algún ruido me hizo despertar en mitad de la noche. Me entristecí al pensar que en ese momento se había esfumado el mejor de los paraísos imaginables. Pero pronto caí profundamente dormido. Y tuve otro sueño increíble.
Ahora estaba en el Reino de la libertad, el talento y el emprendimiento.
Aquí la felicidad también empezaba a disfrutarse desde la más tierna infancia. Había muchos colegios privados y concertados con todo tipo de adelantos, educación en varios idiomas y la posibilidad de completar los cursos en el extranjero.
Es verdad que la mayoría de los niños iban a la escuela pública, pero ésta actuaba como un perfecto ascensor social. No importaba ser el hijo de un magnate o el de una señora de la limpieza: todos tenían las mismas oportunidades.
En los trabajos siempre se escogía a la persona más preparada y con mejor currículum. No se discriminaba en ningún caso a las mujeres, lo que hacía innecesaria cualquier política de igualdad.
Tampoco había explotación laboral. El salario recompensaba a cada uno según su dedicación, mérito y capacidad. Con justicia se había acuñado esta frase: "Este es el país del mundo donde más rápido puede hacerse uno rico".
Había una gran pluralidad de medios de comunicación y las grandes compañías invertían en todos ellos para garantizar que siempre contaran la verdad.
Muy importante: no existía la inmigración ilegal. Si algún extranjero entraba en el país sin contrato de trabajo se procedía a su expulsión en caliente para evitar violaciones y atentados terroristas. No había racismo en la tierra de la libertad.
Entre las profesiones más admiradas estaba la de militar. Una vez jubilado podías escribir cartas al Rey para poner a parir al Gobierno de turno e incluso participar en chats en los que preciarte de estar dispuesto a fusilar a veintiséis millones de compatriotas.
Para evitar disgustos, la Liga y la Champions las ganaba invariablemente el Real Madrid. Si peligraba algún partido, siempre estaba ahí el VAR para arreglarlo.
Había una "Policía patriótica" que investigaba exclusivamente a los malvados. Aunque la política no gozaba de un gran prestigio -pues ése se reservaba para los autónomos y los emprendedores-, sus líderes no sabían lo que era un sobresueldo. Y se habían rebajado tanto los impuestos que podría decirse que eran inexistentes.
Fue entonces cuando sonó el despertador y me llevé un bofetón de realismo. Adiós utopías. Tendré que seguir viviendo en esta horrorosa España.