El pasado domingo 20 de diciembre, el diario El País, sumido en el lío de sus múltiples dependencias, desplegó, en primera página, el argumentario monclovita más acabado. El problema de España, una de las mejores democracias del mundo, (la ubica entre las 15 primeras), es la crispación, en gran medida debida al bloqueo institucional de la derecha.
El titular a cuatro columnas rezaba: “La crispación deteriora la política española”: una clara confusión entre causa y efecto. La crispación es el resultado de un prolongado deterioro de la calidad de nuestra democracia. El periódico de “los hechos” titula en primera página con una opinión.
Sánchez, en lugar de cambiar esta tendencia atendiendo a la causa de la crispación, ha incrementado o pretende ampliar todos los defectos del sistema político español, permitiendo, compartiendo el avance destructivo de los separatistas y de la extrema izquierda.
Cuando, mañana a las nueve de la noche, S. M. el Rey se dirija a los españoles, tendrá una audiencia abatida por el Covid-19 y a millones de familias muy preocupadas por un sistema político que desde hace muchos años padece altos grados de desafección.
El último dato del eurobarómetro confirma y consolida la tendencia de los publicados hace quince años: el 88% desconfía de los partidos, el 79% del Congreso y el 76% del Gobierno. Los medios de comunicación no salen muy bien parados: más del 75% de los españoles creen que las noticias están manipuladas, distorsionan la realidad y constituyen un serio problema para nuestra convivencia.
En los datos del eurobarómetro, España consta entre el número 26 y 27 de la Unión Europea en los países miembros con peores indicadores de calidad democrática. La teoría de que España disfruta la 15ª mejor democracia del mundo es, simplemente, una mentira.
En este panorama, salvo para quienes trabajan para el incremento de la polarización y la ruptura, la serena presencia de S. M. en nuestras casas la noche de Navidad es un elemento de seguridad y esperanza. Felipe VI, no solo es un valladar contra el extremismo, es la encarnación y la mejor representación de la historia, de la dignidad y de la continuidad de España como Nación.
España puede soportar un mal gobierno. Somos expertos en padecerlos sin tener que remontarnos a Fernando VII; los venimos sufriendo, al menos, desde hace más de quince años. Lo que no es soportable es un cuestionamiento permanente de la estabilidad institucional que conduce a la polarización y a la crispación. Por fortuna, el sanchismo no se ha deslizado (y espero que no lo haga en el futuro) en un seguidismo suicida antimonárquico de los separatistas y podemitas.
En política lo relevante son los hechos. El voto contrario del PSOE a la comisión de investigación parlamentaria contra Don Juan Carlos sugiere que la parte mayoritaria del gobierno no está, en el presente, por derribar la piedra angular del edificio constitucional que es la Corona.
A un mal gobierno (no es una opinión; es un hecho deducible del eurobarómetro) se responde con una alternativa constructiva, con un proyecto creíble y viable. Y ahí es donde hay una tarea que corresponde a los partidos existentes o por venir. La experiencia demuestra que es posible en un corto espacio de tiempo la configuración de nuevas organizaciones si las que tenemos manifiestan una clara incapacidad de articular una nueva mayoría parlamentaria.
El escritor Vasili Grossman, en su libro Todo fluye, finaliza con una reflexión sobre el desastroso siglo XX: “No hay inocentes entre los vivos, todos somos culpables”.
Siguiendo esta idea, que, en España, tengamos en política lo que tenemos es una responsabilidad compartida; la parte alícuota que nos corresponde a cada uno de los españoles depende de nuestra reflexión y nuestras decisiones. Los españoles tenemos que elegir entre un camino de salvación (moderación, respeto, reformas…) u otro camino de perdición: crispación, polarización, ruptura…
La Navidad, odiada por los rupturistas leninistas, es una oportunidad (circunstancialmente limitada) de encuentro de las familias y de alegría en un annus horribilis que hemos superado. El futuro no está escrito; que 2021 sea un annus mirabilis depende de nosotros.