"Sospecho que esta Nochebuena, muchos compatriotas que estarán siguiendo el discurso del Jefe del Estado se van a preguntar si son monárquicos o republicanos", Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno de España. Sospechoso habitual.
Y ahí estamos los tres. Como una familia más nuclear que nunca. Replicados en las mesas de todos los que en esta noche deberíamos estar juntos. Cruzando el Atlántico con nuestras voces y proyectándonos hacia una imagen del verano austral que va y viene al ritmo de la incierta cobertura, porque no hay más.
Y de ahí a la Península (llamar así al resto de España es cosa de insulares) y luego a cada una de las mesas que tendrían que ser la nuestra, en diferentes calles de Palma.
El móvil, como en el confinamiento, nuestro aliado y a la vez un pobre sucedáneo de la gente con la que no estamos y de los abrazos que no nos damos. Casi ya una costumbre.
Pero qué suerte tener comida rica en la mesa, nadie cercano desgranando las horas solo en un hospital, ninguna ausencia irremediable y hasta la fe suficiente para dar sentido a lo que celebramos. Qué suerte, sí.
No la tienen todos. Habrá a quien en la mesa le falte de todo menos la incertidumbre y la desesperanza y hasta puede que a veces, el aliento. Los que estén solos. Los que midan el aforo de su cena con la regla de la gente que se les ha ido. Los que siempre odiaron la Navidad y ahora preferirían no tener un buen motivo para hacerlo. Los que esperan al que no saben si llegará a tiempo, al que está pendiente del resultado de una prueba, al que acabó su turno, al que no se decide porque tiene miedo.
Encenderemos la tele. ¿Monárquicos o republicanos? No creo. En la vida real andamos muy hartos de polémicas de gente bien comida y peor vestida o de las peleas de cuñados de los veintidós ministros y la multitud que les cuelga.
La mascarilla ha mutado para muchos en mordaza y aun sin ella, nunca se nos ha apartado tanto del debate –sobre la Educación, sobre la muerte, sobre la propiedad– como para que, precisamente esta noche se nos suponga o se nos imponga uno. No, gracias.
Júpiter y Saturno confluyendo en el cielo, quizás eso fue la estrella de Belén y precisamente estos días el milagro se repite. No hay villancicos ni entrechocar de copas. Antes el bicho lo traían las gotículas y ahora son los aerosoles, no de las lacas o desodorantes, sino del puro respirar. Y por si faltaba algo, las nuevas cepas que nos llegan del Reino Unido y que tienen varados a nuestros camioneros en el canal de la Mancha. No tenemos ni idea, no tienen ni idea.
Y allá en el horizonte, la vacuna, como el verano que con su calor se iba a llevar por delante al maldito virus. Y la desconfianza, no tanto en el remedio como en los que tienen que administrarlo. También en eso creyentes y no creyentes. Yo me la pondré enseguida por solidaridad. Yo esperaré por lo mismo. ¿Monárquicos? ¿Republicanos?
Lo cierto es que cuando veamos al Rey en la pantalla del televisor, cuando empiece su discurso, la mayoría pensaremos: menos mal.