Un libro, cuyo título diré enseguida, ha hecho que piense en Mario Vargas Llosa y Fernando Savater juntos. Esto ya ocurrió, en realidad, cuando el premio Planeta de 1993, en que Vargas Llosa fue ganador con Lituma en los Andes y Savater finalista con El jardín de las dudas: una de esas veces (no tan abundantes) en que el premio decide premiarse a sí mismo. Yo, que era lector de cada uno por separado, los vi unidos y me gustó. Aunque mi corazoncito siempre ha estado más con Savater.
El libro de ahora es Vías paralelas: Vargas Llosa y Savater. Un ensayo dialogado, que ha publicado José Lázaro en Triacastela. Es un libro de lector, algo caprichoso como es propio de todo lector, y también con sus ventajas. Parte del artificio de emparejar a los dos autores, no ya por el azar de un premio, sino conceptualmente, pero el resultado es de interés. Lázaro les hace todas las preguntas sobre sus trastiendas intelectuales que les quisimos hacer siempre, y Vargas Llosa y Savater responden. Se sitúan un paso por encima, autorreflexivamente, de sus declaraciones habituales. Por eso el libro es recomendable.
Hay entrevistas con cada uno, diálogos entre los dos, muchos textos del pasado que se insertan (el libro es además una buena antología) y reflexiones y preguntas del propio Lázaro, formando un conjunto heterogéneo que sin embargo fluye.
Hablan de todo, y lo hacen racionalmente, con espíritu ilustrado, de librepensadores. Son progresistas –uno desde el liberalismo, otro desde la socialdemocracia– en lo fundamental, un aspecto en el que insiste acertadamente Lázaro. El eje no está en izquierda-derecha, sino en progreso-reacción: por eso hay izquierda y (naturalmente) derecha reaccionarias. La gloria de Vargas Llosa y Savater es que todos los pasos que han dado los han dado explicándolos: no son santones rígidos, sino pensadores que se mueven. El precio es que no se les prodiga un elogio –cuando se les prodiga– sin el insidioso añadido de “con el que no siempre estoy de acuerdo”.
Pero la vida va por otro lado, en paralelo al del intelecto, y no puedo terminar sin una imagen que me conmovió. Fue hace unos años, en que, con motivo de no recuerdo qué ceremonia, Vargas Llosa apareció por primera vez con Isabel Preysler. La cámara enfocaba una escalinata por la que descendía la pareja triunfal. Pero por arriba entraba en plano un Savater despistado, viudo, casi borroso, hasta perderse de nuevo. Y yo me quedé ya con su hueco, mientras el otro brillaba.