Qué harto ya de acontecimientos: qué harto de todo lo que me distrae de mis asuntos, los lúdicos y los graves; incluso de lo que me distrae de la distracción frívola de Twitter, ese invento para tirar horas a la basura, las hostiles horas.
Cuando vi al bisonte trumpista en el Capitolio, con sus amiguetes frikis (estaba claro que el único que follaba era él), decidí que no podía más. Me acordé de la preciosa frase evasiva de André Breton: "La historia cae fuera, como la nieve". Y entonces empezó a caer la nieve en media España, sobre todo en Madrid.
"Histórica nevada", dicen los cronistas. Como si la propia nieve, que invitaba a salirse de la historia, quisiese introducirse en ella. La nieve pues, también, rebajada a acontecimiento.
Hay poca escapatoria. Y los que aquí gritaban "¡No nos representan!" y "¡Democracia real ya!", viviendo en una democracia, son nuestros bisontes particulares. Como los que insisten en que son "presos políticos" los que en Cataluña se comportaron como bisontes. Hoy forman parte del Gobierno o lo sustentan. Tiene gracia que digan que esta comparación es para blanquear a los del Capitolio, así de limpios se ven. No, guapos: es para ennegreceros a vosotros, que aquello es tiniebla.
Nuestra izquierda reaccionaria no dejará de serlo (digo reaccionaria, que izquierda dejó de serlo hace mucho) hasta que no asuma que no hay nada más progresista que el Estado de Derecho.
Pero volvamos a la nieve evasiva de Breton. Ha seguido cayendo y la gente ha pasado de la historia y se ha lanzado a jugar. Qué festival maravilloso de la alegría. En todos los vídeos y fotos como postales, las figuras humanas se deslizan, patean, hacen muñecos, se lanzan bolas, se sumergen en el blanco.
Trascienden el tiempo, o regresan al tiempo sin tiempo de la infancia, que exprimen aún más los niños (en las grabaciones familiares no paran de reír). Me ha venido entonces la brillante solución que da Sanz Irles en su traducción de La tierra baldía de Eliot (Olé Libros) para forgetful snow: nieve ensimismada.
La traducción literal sería nieve olvidadiza. Pero qué bien ese ensimismada: la nieve concentrada en sí, volcada hacia sí, hermética en su silencio mientras encima juegan. Juego que es posible por esa irradiación blanca, que borra la historia. (Por eso los cenizos se impacientan: quieren que se acabe la diversión, que regrese el espíritu de la pesadez, para allanarles el camino a los bisontes).