La memoria es frágil. Tan frágil es que parece tonta. Cuando los hombres del tiempo barruntaron la cercana presencia de nubes prietas avanzando como falanges macedónicas a ras de suelo, muchos sentimos el íntimo cosquilleo de las cosas largamente añoradas. En este caso, la nieve.
No se quién pone nombre a los fenómenos meteorológicos, pero llamar Filomena a un temporal de invierno es un despropósito. Yo le hubiera puesto Heidi, aquella niña que vivía en las montañas blancas y cantaba: “Abuelito dime tú/ qué sonidos son los que oigo yo/ abuelito dime tú/ por qué en la nube voy/ abuelito dime tú/ lo que dice el viento en su canción/ abuelito dime tú/ por qué llovió, por qué nevó/ dime por qué todo es blanco/ dime por qué yo soy tan feliz”.
En las películas infantiles, la nieve es la metáfora de la felicidad. Lo decía Heidi en los Alpes suizos y lo fingía Liz Taylor en la Navidad de Mujercitas. El cine y la literatura han elevado los cuentos de invierno a categoría universal. Las novelas más tremendas son aquellas en las que los adultos pasan frío. Recordemos Ana Karenina de Tolstoi, La Montaña Mágica de Thomas Mann, Doctor Zhivago de Pasternak, El nombre de la rosa de Umberto Eco, La vendedora de cerillas de Andersen...
En los libros, el frío es una alegoría cruel y opresora. No hay que darle más vueltas. El amor se da de hostias con las bajas temperaturas.
Después de la nieve salió el sol. Como en la radio alguien decía que a los periodistas, en vez de ayudar a Sánchez, nos daba por criticarlo, mi primo se echó la mochila a la espalda, buscó una mascarilla de MAR firmada por Ayuso y fue en busca de una pala para hacer un caminito y salir de casa sin romperse la crisma. Resumiendo: se la jugó contra la nieve helada, y llegó a los chinos, donde le dijeron que "pol-desglacia-palas-agotadas-señol". Qué remedio.
Por la tarde aparecieron en el trastero un cubo y una pala de hace unos cuantos veranos. El caminito ya está servido. Pequeño, pero llegas. Y además te desmarcas de quienes se ponen bravos en las redes diciendo que eso tendría que hacerlo el alcalde, que por algo pagamos impuestos.
En mi casa ya hemos cumplido. Y todo ha quedado debidamente inmortalizado en el móvil. Para consuelo de los quejicas, la nieve de nuestro jardín también se ha cebado con los árboles.