Conviene no perder el tiempo: Pablo Iglesias conoce la diferencia entre un prófugo de la democracia y un exiliado de la dictadura. Entiende perfectamente que Manuel Azaña, y otras tantas almas anónimas que huyeron de la represión franquista en 1939, no son comparables a Carles Puigdemont, Toni Comín o Clara Ponsatí.
Esto es lo más interesante de su entrevista en Salvados: que sabiendo el abismo moral que los separa, prefiera denigrar la memoria del republicanismo antes que fisurar el relato independentista.
El independentismo se convierte así en la única causa que Pablo Iglesias no ha traicionado. Pero esto es política, ¿a quién le importan la lealtad o los principios?
Mancillar el capital simbólico republicano (que llevaba años explotando) a cambio de abonar el victimismo nacionalista podría parecer un error de cálculo, pero no lo es. No, si consideramos que su sumisión al secesionismo le asegura más poder que su lealtad a la memoria del exilio.
Pablo Iglesias sabe que quienes yacen en las cunetas, quienes embarcaron en el Sinaia para no volver o quienes cruzaron a pie los Pirineos fueron víctimas de un golpe de Estado contra la Constitución de 1931, mientras que Carles Puigdemont fracasó en su intento de tumbar la de 1978.
Seguro que también sabe que el Tribunal de Garantías Constitucionales de la República condenó a Lluis Companys a 30 años de cárcel por una proclamación no menos absurda.
Pero no le interesan la verdad, la justicia o la memoria. Sólo el poder. Por eso acepta blanquear a Carles Puigdemont a costa de oscurecer el dolor real de nuestra memoria colectiva.
Este espaldarazo a los artífices del procés se produce al tiempo que el Parlamento Europeo debate sobre la inmunidad de Carles Puigdemont. La Justicia española lo reclama y el vicepresidente lo llama “exiliado” (con Pablo Iglesias en el Gobierno, le ha salido competencia al Diplocat).
El lunes por la mañana, doce horas después de que Iglesias revolucionara Twitter con sus declaraciones, el presidente del Gobierno participó en la Conferencia de Embajadores. Allí, respaldado por el equipo de España Global, habló de la importancia de promover la confianza en nuestro país.
Sé poco de relaciones internacionales. Pero sospecho que retratarlo como un país con presos políticos no contribuye a atraer inversores.
Ver al Ejecutivo desenvolverse con esta parsimoniosa esquizofrenia me inquieta. Y no sé qué me parece más grave: que Pedro Sánchez tolere los desafueros de Iglesias porque no tiene alternativa o porque no le desagradan.
No hay más disyuntivas: Sánchez respalda a Iglesias por interés, por convicción o ambas.
Ustedes dirán.