En Podemos siempre hay sitio para las estupideces. Del Cielo por asalto a galopar las contradicciones que más les benefician, todo es susceptible de ir empeorando. Lo peor, no obstante, es el modo tan peligroso en que viene triunfando la ignorancia y cómo se aplaude la falsificación de la realidad: especialmente la memoria histórica.
Ya se sabe de la querencia de la izquierda radical por la morisma y un odio atroz por Occidente. Es una mixtifación atroz pero va en su ADN. Las barrabasadas de la diputada Isabel Franco en el Congreso no hacen más que subrayar una miopía discursiva. Porque Franco (de los Franco de toda la vida, o no) podría haber leído algo más, pero en esencia lo suyo era un rencor hacia lo visigodo, hacia lo esencial castellano, que aún supura en las mentalidades más débiles de algunos andaluces y de quienes le vienen comprando la mercancía.
La Historia, en este punto, viene siendo alegremente manipulada. Hay una devoción irredenta por Blas Infante, un Sabino Arana al que le dio en su momento por vestir chilaba y engendrar un populismo de notario visionario. Cuando Blas Infante, por su trágico final, se convierte en mito ya no hay más que hablar. Ni que añadir. Si acaso que de Despeñaperros para abajo se ha ido asumiendo un cuento, el de las tres culturas en paz, que es tan falso como anacrónico.
Sería ocioso hablarle a la diputada Franco de los estudios de Ignacio Olagüe o de la heráldica de los escudos municipales de Vejer hasta el Levante Almeriense, donde figura un castillo y un león para señalar que Andalucía es la sublimación de Castilla y no un terruño para Manu Zánshez y un regionalismo que nadie se creyó nunca: ni siquiera el antiguo Canal Sur.
Así son las cosas, y quien quiera desnaturalizarlas transita por la peligrosa senda de la manipulación histórica. Después de la homologación de Carles Puigdemont con el exilio en Montauban, llega esto de los cuatro topicazos sobre Al Ándalus, que la diputada parece desconocer que llegó mucho más arriba de Córdoba y que fundó capitales como Madrid.
El desconocimiento es atrevido, y cansa ya corregirles lo más obvio. El cerebelo, a los podemitas, les huele al calostro del fajín de Isabel la Católica cuando el asuntillo de Santa Fe y Graná.