La Ciudad Autónoma de Melilla, a través de sus órganos de gobierno democráticos y legítimos, ha tomado al fin la decisión de retirar la estatua que recordaba al comandante del Tercio de Extranjeros Francisco Franco Bahamonde al pie de los muros de la ciudadela de Melilla la Vieja. Además de tomarla, ha dispuesto su inmediata ejecución, de tal modo que el visitante de esa bella ciudad europea situada en África ya no tiene que toparse con un monumento que rendía homenaje a la memoria del dictador que negó derechos y libertades a sus compatriotas durante cuatro décadas y ratificó la eliminación física de miles de ellos.
Y es que ese comandante al que la estatua recordaba, con aire de romántico aventurero colonial, es la misma persona que andando el tiempo se puso al frente de una sublevación militar y ejerció el poder de forma autocrática e incompatible con los más elementales principios de nuestra Constitución vigente. Y no hay manera de disociar uno del otro ni de convalidar la flagrante contradicción que su recuerdo enaltecido representaba.
Se justificaba la pervivencia del monumento en la alegación de que conmemoraba a Franco antes de convertirse en rebelde y dictador. También se argumentaba que lo que lo justificaba era la gratitud de la ciudad hacia el contingente militar que acudió en su socorro en julio de 1921, pronto hará cien años, tras el conocido como el desastre de Annual, que supuso la práctica aniquilación del ejército español en la zona de Melilla.
En cuanto a lo primero, imagínese una estatua en Berlín que recordara a Adolf Hitler como representante de esa sufrida juventud alemana que padeció los efectos de los gases tóxicos en la I Guerra Mundial. No faltaría a la verdad, sería una causa humanitaria y loable y la persona escogida, alguien que aún no se había convertido en genocida y era entonces una de tantas víctimas de la sinrazón belicista. El problema es que no dejaría de ser el mismo que luego impulsó la Solución Final.
Por lo que toca a lo segundo, resulta muy comprensible que Melilla quiera homenajear a quienes la auxiliaron en unos días de angustia, durante los que sus habitantes llegaron a temer no sin razón por sus vidas y hasta por la pérdida de la ciudad, pese a que este riesgo no existiera porque el líder de los insurgentes rifeños, Mohamed ben Abd el-Krim, no tenía ninguna intención de tomar la plaza en la que había trabajado y vivido como juez de apelación y colaborador de la administración española.
Sin embargo, resulta llamativo que de todos los integrantes de aquel contingente militar se elija justamente a ese. Si se trata de reconocer la aportación de los militares, ¿por qué no al jefe de la primera unidad que llegó a Melilla, que no fue el Tercio, sino el regimiento de la Corona de Almería? Si se quiere recordar el sacrificio de las unidades que combatieron en vanguardia, ¿por qué ha de ser el Tercio y no los Regulares, que lo hicieron con tanto o más coste en vidas? Y si tiene que ser el Tercio, por su especial vinculación a la ciudad, ¿por qué reparar en la figura de su entonces segundo jefe, y no en la de aquel que lo mandaba, el teniente coronel Millán Astray, o en alguno de los legionarios que cayeron en los combates? La respuesta a todas estas preguntas sólo es una: el propósito era, justamente, recordar a Franco.
Por eso la estatua debía retirarse. Por eso y porque era además una última pieza de la acción de propaganda que de sí mismo como héroe de guerra llevó a cabo con éxito el interesado. No fue el militar más destacado de aquella operación, como no lo fue, ni mucho menos, de esa guerra, que debieron resolver otros mientras él disfrutaba en retaguardia de su fajín de general.
En la defensa de Melilla, justo antes y justo después del desastre, se distinguieron, entre otros, los tenientes coroneles de Regulares González Tablas y Núñez de Prado, reconocidos ambos con la medalla militar individual y uno de ellos con la Laureada. El primero murió en primera línea en 1922. El segundo en 1936, ejecutado sin juicio por Mola por defender la legalidad. Ahí hay dos buenos y limpios candidatos para renovar esa estatua, si de lo que se trataba era de recordar el socorro a la ciudad.