Viene ocurriéndome que la indignación me pilla en mitad de semana, cuando no tengo columna. Se pierde así el impulso por el que salen solas: ese motor furioso con que la calentura moral fluye sintácticamente. Cuando estaba en Twitter esto borboteaba en los tuits, pero ahora que no estoy (llevo dos días sin estar, una proeza) todo se va gestionando en mi cráneo como en una olla exprés.
Todavía los jueves estoy a punto de estallar, pero el fin de semana me apacigua, y para cuando llega el domingo, que es cuando escribo, las catástrofes están flácidas. A esto contribuye su carácter alucinante, su barroquismo irreal. Vivimos atrapados en una asfixiante empanada de Nodos que son simultáneamente autos sacramentales y de fe. Mientras el país se hunde.
Sí, el momento es menos noventayochista que barroco. Las ceremonias pomposas y vacías, con un retorcimiento de los significantes bajo los cuales los significados se han evaporado; o han sido aplastados, ¡o apisonados! Solo que ni en los significantes hay esmero, como lo había en nuestro Siglo de Oro. Lo que nos embadurna es un merengue aparatoso, pringoso, inane. No hay cuchillo que lo corte, ni puñetazo que lo desmorone. (Mi indignación del jueves lo intuye y por eso llega al domingo desactivada.)
También está mi crisis del tono. El problema, como siempre, es el tono. ¿Para qué vociferar? Ahora nuestros más conspicuos vociferantes están adscritos a Vox, de manera que con sus vociferaciones ayudan a conformar un rebaño que transcurrirá por un cauce que no rozará al sanchismo. Para este es una vía de escape del antisanchismo, que lo deja así limpio y asentado. Todo se juega en la enfática autosatisfacción inmediata del que se ve antisanchista, aunque el resultado sea más sanchismo.
El sanchismo. He aquí la clara expresión de nuestra actualidad política. El presidente Sánchez no hace nada que no hayan hecho sus predecesores (mentir, actuar a corto plazo sin excesiva preparación, pensar antes que nada en su poder, primar la propaganda, coaccionar los controles), pero lo hace de un modo tan abrumador, tan descarado, tan cuantitativo, que se produjo hace ya tiempo el célebre salto cualitativo. Su descubrimiento ha sido monstruoso: le sale gratis, da igual.
Mientras el país se hunde. Muerte, ruina, paro, endeudamiento, sacrificio de dos o tres generaciones, riesgo de disgregación irreversible de la nación española. Psicotización, sí. Pero el domingo me llega como amortiguado. Quizá por la conciencia que todo se esté produciendo tan estúpidamente.