Está bien que la izquierda ponga pie en pared y pida que Irene Montero no defienda a la mujer, así como concepto. Está bien que las mujeres, de la Historia o del presente, le digan a Irene que no, que no las representa. Que su cacao de identidades y de feminismos variopintos es un insulto a la lucha por la Igualdad que es la lucha del feminismo y de la democracia.
Pero Irene Montero tiene que defender su Ministerio/tarta frente a tirios y troyanos. Uno guarda como un tesoro una imagen del 8-M del 2020, con la ministra tosiendo lo que creímos (éramos tan ingenuos) que era un bostezo. Sólo hay que ver la hemeroteca de Irene Montero para caer en la cuenta de a dónde quiere llevar a las muy suyas: a una nada conceptual en la que lo que no sea su ordeno y mando sea delito. Por medio, claro, la pandemia, y toda una sociedad y todo un feminismo serio que no está para los experimentos con gaseosa, para la ingeniería social que nos pide la consorte.
Hubo un tiempo en que Irene Montero era Pablo Iglesias revivido; el de las mejores plazas y la mejor oratoria. Entonces ambos compartían ya la misma prosodia en los sábados la nuit, cuando la España prepandémica precisaba de guerrillas civiles por pasar el corazón del finde. Después el insomnio, el Fanodormo del abrazo y un Ministerio que dicen que anda a medio camino entre parque de atracciones con bolas, Disneylandia proselitista, agencia de colocación de nulidades y observatorio cuchipandi del streaming.
La lección está más que clara: si Podemos ha pervertido la izquierda hasta extinguirla por una cuestión de supervivencia, Montero ha hecho lo mismo con la causa feminista, convirtiendo el 8-M en un día en el que por narices hay que escucharla a ella y a sus botis, y a sus croquetillas metafísicas que no soportan la crítica más amable.
Hace bien parte de la militancia podemita en exigir que el partido le ponga un bozal relativo a Montero, de modo que no venga a arramblar con los principios una ministra megáfono que empieza a ser una caricatura que estraga a las mujeres. Lo bueno es que el feminismo es imparable, ante sus odiadores y ante Irene Montero, que va ya 'de recogía' y como Cagancho en Cabra.
Pero, entretanto, a cuánt@s ha engañado la Montero, nene.