Es prácticamente unánime la consideración entre periodistas, analistas políticos, y los propios políticos, de que Podemos se encuentra en la extrema izquierda. Así es percibida, pretendiendo además aglutinar como partido a las distintas corrientes también de izquierda para, borrando sus diferencias, enfrentarse en bloque al capitalismo y a sus modos fascistas, dictatoriales, de acción política representados por la derecha.
Un bloque de izquierdas que quiere recordar de algún modo, y con ello han jugado sus líderes desde el principio, a los frentes populares de los años 30.
Podemos, en cualquier caso, y así todavía se expresa en su programa, se fundó para dar salida política a la corriente de indignación que se supone representó el ya lejanísimo movimiento del 15-M del año 2011 que, entonces, se decía transversal, y no adscrito, por tanto, a la izquierda.
En principio, más que un partido, quiso ser una plataforma tipo asambleario, que por la vía de las nuevas tecnologías permitiera que determinadas facciones, naturalmente con determinado perfil ideológico (lo que se denominaban círculos, hoy desdibujados, por no decir desaparecidos), se organizasen para formar una lista de candidatos que pudieran concurrir a las elecciones.
Es lo que desde la organización llamaron, de modo ciertamente pretencioso, empoderamiento del pueblo o la gente. Más aún cuando ese poder popular, se suponía (era el diagnóstico procedente del 15-M), era ignorado. Más que ignorado, amordazado. Y secuestrado por el bipartidismo hegemónico y por la oligarquía de partidos en general. Situación esta que venía expresada en el célebre eslogan, que hoy suena tan hueco como antediluviano, del no nos representan.
Una oligarquía más preocupada, eso decían los indignados, por los intereses de los poderes fácticos (IBEX 35) que por los del pueblo, desatendido por unos representantes más pendientes de los dictados de los mercados (y de poder sacar tajada en ellos), que de las siempre nobles aspiraciones del pueblo.
Más adelante esto de la transversalidad fue abandonado por Podemos (un abandono que produce la escisión errejonista) para volver, renunciando a la confrontación con el bipartidismo (PPSOE), a la distinción tradicional izquierda/derecha y buscar así un pacto de izquierdas con el PSOE.
Un pacto que, después de sus dimes y diretes, con adelanto electoral de por medio, finalmente cuajó en el gobierno de progreso de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Se ve que desde aquella transversalidad (gente/casta, arriba/abajo, el 99% frente al 1%...) el discurso se agotaba o se volvía muy incoherente a medida que iban pisando moqueta. Y los líderes de Podemos hubieron de volver, para definirse, al atrincheramiento maniqueo izquierda/derecha en el que, desde luego, se mueven más cómodamente (ya no digamos si un partido como Vox va en ascenso, sirviendo de blanco fácil, y algo más creíble que PP o Ciudadanos, para levantar cordones sanitarios en torno a él).
Ese purismo de la transversalidad, en todo caso, se iba abandonando a favor de un discurso que permitiera, ya más en clave parlamentaria, poder tocar algo de poder gubernamental, como finalmente ocurrió.
Ahora bien, el argumentario de Podemos, ya sea situado en la transversalidad o en la extrema izquierda (como muleta del PSOE), sigue bajo la corriente de la indignación, y ello exige en sus miembros, con todo su celo anticasta, un régimen si no ascético por lo menos austero para continuar adelante. Para poder funcionar propagandísticamente, de lo contrario la caída en el descrédito sería total.
Cualquier atisbo suntuario, de complicidad con el lujo, es ir contra esa corriente que aún sostiene a Podemos, siendo, además, un blanco muy fácil para el rival. Y es esto lo que Iglesias e Irene Montero, sorprendentemente, no han sabido ver, ni siquiera disimular, cuando compraron el chalet, arrastrando con ello además a todo el partido.
La declaración de bienes que aparece publicada en el BOE el pasado 24 de marzo es un verdadero mentís a la columna vertebral del discurso de Podemos. De tal manera que entre el dicho (podemita) y el hecho (patrimonial) hay un trecho. Un trecho de 268 metros cuadrados de vivienda, más dos mil de parcela con su piscina, etc., en Galapagar. Y es que la distancia que separa Vallecas de Galapagar es una contradicción incabalgable.