Las celebridades de corta y pega acostumbran, de cuando en cuando, a abandonar su relativa sombra con unas deposiciones que reclaman nuestra atención. Rompen su silencio. Esta es la dramática formulación empleada por la prensa. Romper el silencio. XX rompe su silencio. Guau. ¡Crashhh! Casi se escucha la fractura de la tibia o el estallido de la vidriera.
Pablo D’Ors lleva vendidos miles de libros con la recomendación de cultivar el silencio. Pero, nanay, ese consejo no cuenta para los disruptivos de la reserva. Cualquiera diría que no cuenta para casi nadie, pues la verborrea general alcanza en estos momentos grado de clamoroso estruendo en la plaza pública. El silencio está, más que roto, hecho añicos.
Hasta parece mentira que la esforzada (aunque bien retribuida) rotura del silencio del famoso pueda tener la oportunidad de ser percibida. Pero la tiene, vaya si la tiene.
De algunos personajes que han estado en algún ajo de cierta relevancia, suele decirse que valen más por lo que callan que por lo que hablan. Pero ese valor de cotización acaba por sustanciarse sin contradicción: valen más, la pera, cuando hablan después de haber callado.
De modo que, visto así, el silencio es una inversión, un fondo a plazo digamos que variable, una compra de acciones. Nada de hablar ahora o callar para siempre. Eso es monserga de altar en la boda. Eso es no entender el negocio. Calla ahora y habla cuando esté bien pagada la venta de tu mutismo. O sea, muchísimo después de la boda en no pocos ejemplos nada ejemplares.
No hables si tus palabras no pueden mejorar tu silencio. Se atribuye a Borges esta sensata sentencia. Pero quia, ni caso. Sea Borges, o Disraeli, o Churchill, o Franklin, o Chesterton, o Séneca, o Marco Aurelio, o, en fin, cualquiera de esos brillantes productores de máximas que se nos apelotonan (¿o lo dijo Napoleón?, ¿Schopenhauer, tal vez?), el creador de tan exigente prescripción, quizás inspirándose en la proverbial y no hay duda que milenaria sabiduría china, india o árabe (nunca se sabe), no ha hecho fortuna más que en la Trapa. Bueno, y en el Estado, propenso al silencio administrativo.
Mmmm, administrar el silencio. De eso se trata, al fin. Administrar el silencio, es decir, las palabras. Me toca. (Lo siento, pero es que venía a huevo).