Lo peor no es que Pedro Sánchez haya pasado, en año y medio, de oponerse al indulto a los presos del procés a defenderlo; tampoco su argumento según el cual cumplir la ley es ahora "revancha y venganza", mientras excarcelar a delincuentes supone atender a "valores constitucionales" como "la concordia y el diálogo"; ni que insista en su empeño en contra del unánime y sólido informe del Tribunal Supremo, en contra del criterio de la Fiscalía, en contra del primer partido de la oposición y en contra de dirigentes socialistas como Page y de históricos del PSOE como González; ni que sus terminales mediáticas esparzan la idea de que ha habido miles de indultos en Democracia y que todos los gobiernos los han dado, pese a que no hay comparación siquiera remota con el que se concedió al golpista Armada; ni que su propósito sea otorgarlos en julio, para que el impacto en la opinión pública quede diluido por el sol y la playa; es más, ni siquiera me parece lo peor que los presos y los partidos a los que pertenecen estos presos maldigan la medida de gracia -"que se metan el indulto por donde les quepa", dijo Junqueras-, y estén dispuestos a reincidir y a violentar la legalidad vigente: "Lo volveremos a hacer".
No. Lo peor es que Sánchez trate al ciudadano como a un imbécil cuando asegura que habrá que estudiar la situación de los encarcelados al detalle, caso por caso, como si no hubiera una decisión tomada desde hace muchos meses o ignorásemos que todos los condenados van en el mismo paquete. La pista definitiva la dio el ministro Campo, ya en septiembre pasado, al anunciar a la bancada independentista en el Congreso que la tramitación del perdón comenzaría de forma inminente.
Sánchez quiere convencernos de que al hacer planes para la España de 2050 con unos separatistas que han pactado por escrito intentar romper esta España de 2021 antes de que acabe 2025 está sentando las vías para solucionar el "conflicto político" con Cataluña.
Es una cuestión de confianza. Si el presidente hubiera cumplido su palabra a rajatabla, si le avalara la credibilidad en su trayectoria, uno podría creerle. O por lo menos dudar. Con sus antecedentes, es legítimo sospechar que más que salvar al país apaciguando las tensiones territoriales intenta salvarse a sí mismo granjeándose los apoyos para agotar su mandato.
Como en la Moncloa saben que muchos votantes pueden digerir mal los indultos, habrá que ir preparándose para un show continuo en el que se alternarán las alertas antifascistas con el éxito de las vacunas; las derechas extremas, las extremas derechas y el Valle de los Caídos con la lluvia de millones de la UE y el repunte de la economía. Y cuando llegue el día, ya decidirá si indulta o no el pueblo soberano.