Cualquier observador medianamente informado sobre los dos partidos que han administrado la evolución política española durante los últimos 40 años (PSOE y PP) sabe que los socialistas disponen de una vida interna y un debate muy superior al de los populares.
En otras palabras, el PP es un partido mucho más centralizado y disciplinado que el PSOE. Desde Felipe González y la refundación del PP, en 1990, las direcciones políticas y organizativas en Madrid de ambos partidos intentan (y normalmente consiguen) controlar las direcciones regionales y provinciales.
Las tensiones y la evolución del PSOE están ampliamente descritas en varios libros escritos por periodistas, entre los que destacan La memoria recuperada. Lo que nunca han contado Felipe González y los dirigentes socialistas (2003), de María Antonia Iglesias, y el más reciente El PSOE en el laberinto (2017), de Ainara Guezuraga Gabicagogeascoa, en el que se relata el ascenso de Pedro Sánchez entre 2014 y 2017 y su lucha interna por desplazar al establishment de la dirección procedente del felipismo: Alfredo Pérez Rubalcaba, Susana Díaz y Eduardo Madina.
Ese control de las direcciones regionales es esencial para los planes de los presidentes de los partidos para dos cosas. Evitar cualquier cuestionamiento de su gestión y promover al sucesor en el momento final de su mandato. En ocasiones, este objetivo en el PP ha funcionado (Manuel Fraga con José María Aznar y Mariano Rajoy, designado por José María Aznar). Pero, en otras, en el PSOE, no ha sido posible.
Por ejemplo, Felipe González intentó promover a Joaquín Almunia y las primarias las ganó Josep Borrell. Rubalcaba apostó por Eduardo Madina y las primarias las ganó Pedro Sánchez.
Las direcciones de los dos partidos se confabulan para determinar el sucesor, pero la militancia o los aparatos suelen frustrar sus falsas expectativas. Por ejemplo, Mariano Rajoy (caso único hasta ahora en el PP) no pudo colocar a su tapada Soraya Sáenz de Santamaría.
Con estos antecedentes, y aunque Pedro Sánchez pretenda dar la imagen de controlar una organización tan amplia y diversa como el PSOE, lo cierto es que no las tiene todas consigo. El descontento en las bases del PSOE por el engaño de Pedro Sánchez en el acuerdo con los nacionalistas y la extrema izquierda, al día siguiente de las elecciones de 2019, fue compensado inicialmente por las mieles del poder.
Ahora, los sondeos sugieren que el electorado se dispone a pasar factura al Gobierno por el entreguismo a los independentistas catalanes y, singularmente, por la concesión del indulto a los políticos condenados por el Tribunal Supremo por su declaración secesionista del 27 de octubre de 2017.
Si Rajoy con su torpeza motivó la división del electorado en tres partidos políticos del centroderecha, Sánchez parece que repite los mismos errores de diálogo con los separatistas. Con el agravante de que ni siquiera los beneficiarios del indulto están dispuestos a posponer o rectificar sus objetivos inmediatos. Dan un plazo de dos años para repetir una escenificación rupturista.
Sánchez cuenta a su favor con la descomposición de Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, disfruta de una nueva versión de puertas giratorias. En vez de Telefónica o Red Eléctrica, Jaume Roures. Pero la ganancia económica es la misma.
El fortalecimiento transversal de Más País (Íñigo Errejón) reduce la capacidad del PSOE de recuperar el voto desplazado a Podemos. Y el sorpaso de Más Madrid sobre Ángel Gabilondo en las recientes elecciones autonómicas ha encendido las alarmas de la organización.
Es imposible prever el resultado de las inminentes primarias del PSOE en Andalucía, pero el hecho de que pueda pasar cualquier cosa y de que el candidato de Sánchez, Juan Espadas, no tenga asegurada la elección sugiere un alto riesgo para el dominio del partido por parte del presidente del Gobierno.
Algo se mueve en la vida interna del PSOE. En el supuesto de que Susana Díaz doble el brazo a Sánchez ganando las primaras en Andalucía, un debilitado secretario general tendrá que atenerse al nuevo equilibrio de poder interno.
Vista la experiencia, hay que considerar que el tapado de Sánchez para su sucesión (¿el ministro José Luis Ábalos?) no las tenga todas consigo y se repita la imposibilidad o la dificultad del secretario general socialista para determinar el nombre de su sucesor.