Dice Pedro Sánchez en referencia a los inminentes indultos (rápidos, quirúrgicos, reversibles, solo la puntita) que hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia. Se le olvida a Sánchez el tiempo de la justicia y ya no se sabe si es que es un inconsciente o si lo tiene todo milimétricamente calculado.
Porque establecer esa dicotomía, enfrentar la venganza y el escarmiento a la armonía, obviando el concepto de velar por el cumplimiento de las leyes y sancionando a aquellos que han vulnerado principios democráticos de un Estado de derecho, podría parecer bastante próximo a la tesis independentista de que las condenas del Supremo eran una represalia política.
Son importantes las palabras. No sólo porque tenemos un lenguaje rico y maravilloso que nos ofrece la posibilidad de elegir con precisión cada una de ellas para decir exactamente lo que queremos, y deberíamos conocerlo, cuidarlo, respetarlo y mimarlo como el tesoro que es. También porque esa misma cualidad nos permite manipular, gracias a los matices particulares de cada vocablo y su orden en la frase, el sentido de los enunciados.
No es sólo lo que decimos y cómo lo decimos, también es lo que se deduce de nuestras palabras. Y una premisa falsa implica el peligro de inducir a una deducción falaz. Sostener, como sostiene Sánchez, que la decisión del Gobierno es a favor de la convivencia de los españoles significa que los indultos son una medida en beneficio del entendimiento. Es decir, que los que pretendieron atentar contra la unidad nacional, contemplada en la Constitución, merecen reparo por el bien común. Luego los agraviados fueron ellos y no el resto.
En una ocasión (me chiflan este tipo de historias, dejadme que os la cuente) el filósofo Bertrand Russell teorizaba sobre enunciados condicionales y sistemas lógicos en el transcurso de una charla, y afirmaba que a partir de un enunciado falso se podía deducir cualquier afirmación.
Uno de los asistentes le preguntó: "¿Quiere decir que si yo afirmo que dos más dos son cinco puede demostrar que usted es el Papa?". Russell asintió. "Si dos más dos son cinco", explicó, "cinco y cuatro son lo mismo. Y si resto tres a cada valor obtendré que dos es igual a uno. Puesto que el Papa y yo somos dos personas y dos es igual a uno, el Papa y yo somos uno. Por lo tanto, sí: yo soy el Papa".
Así pues, si dos más dos son cinco y los indultos son concordia, tres másters son algún curso de postgrado. Luego dos es igual a uno, los constitucionalistas socavaron la convivencia, todo es machismo, racismo o engorda, abanibí quiere decir te quiero amor y sí: Sánchez es el Papa.