Cada vez que agoniza y las campanas tañen a muerto, en el último momento, justo en ese que parecería el último aliento de cualquiera, esa inspiración profunda que precede al espiche de encamado moribundo, Pedro Sánchez se incorpora, se sacude el polvo del traje y sigue andando como si nada.
Lo hizo en 2016, como primer candidato en presentarse a una investidura sin ser el ganador de las elecciones y siendo también esa la primera vez que el aspirante salía de ella sin ser proclamado presidente, ni en primera vuelta ni tampoco en segunda vuelta. En lugar de retirarse, en lo que pareciera el paso lógico ante semejante desaguisado, el tío ahí siguió.
A finales de ese año, con la medalla al pecho que le honraba como el secretario general del PSOE con los peores resultados obtenidos por ese partido en esta democracia (apenas un 20% de los votos), con medio partido en su contra, algunos dirigentes históricos incluidos, se vio obligado finalmente a renunciar. Y podría parecer aquí, ya sí, que el letrero de The End saldría tras el fundido a negro. Pero a los siete meses, y contra todo pronóstico, era reelegido secretario general.
Volvió a hacerlo en 2019, ojo, cuando llegó a la presidencia tras la moción de censura a Rajoy y tras convocar elecciones debido a su incapacidad para sacar adelante los presupuestos generales, no pudo formar gobierno, se disolvieron las Cortes Generales tras extinguirse el plazo constitucional previsto para ello y hala, todos a votar de nuevo en noviembre. En lugar de colgar, aquí ya sí, las botas al no poder formar gobierno sin pactar con aquel cuya compañía no le dejaría conciliar el suelo, tampoco. Llevándose la contraria a sí mismo, pacta con el marido de la Montero y su tropa sin siquiera pestañear.
Podría parecer ahora que ya sí, que esta es la definitiva, que ahora ni él. Que un gobierno con la credibilidad por los suelos, viniendo de una catástrofe sanitaria gestionada regulinchi y dirigiendo nuestros pasos a una económica de órdago, tras un año y medio largo de ver cosas que si nos las cuentan no las creeríamos (de comités de expertos que no existían a aviones que no aterrizaban, de la Ley Trans a la de seguridad nacional, de enfrentamientos entre ministros, ministras y ministres, de indultos, de desatinos varios con vacunas, con dineros, con ertes, con mascarillas, sin mascarillas…). Con todo esto, digo, no nos equivoquemos: esta vez, tampoco.
La jugada lleva la marca de la bestia, el 666 de Sánchez: saca de los suyos a los que le lastran (Ábalos, Calvo, Celaá…), y a Redondo para que no parezca que mueve los hilos, que se note que aquí el listo es él y no otro, que sus éxitos son sólo suyos. No toca a Podemos porque Podemos se basta y se sobra para autoaniquilarse. Con Castells, Montero o Garzón, esas joyas de liarla parda a la que te descuidas, no tendría sentido desaprovechar la oportunidad de que se extingan solos y deshacerte de ellos por inacción, negándoles la pataleta que es lo que les funciona para movilizar al electorado. Y se mantiene en el poder, que es lo único que le importa. Por no importarle, no le importa ni el PSOE.
Tengo una teoría sobre Sánchez y es esta: Sánchez sólo desaparecerá cuando a Sánchez le convenga para lograr lo que quiere Sánchez. Solo es fiel a sí mismo y si se tiene que traicionar, lo hará. Así que será víctima y verdugo el día que crea que eso le otorgará lo único que ahora le falta: pasar a la posteridad.