Isabel Díaz Ayuso dice que habrá que elegir entre Pedro Sánchez y España. Eso es para tomárselo en serio. Ya propuso elegir, hace pocos meses, entre comunismo o libertad. Entre Pablo Iglesias o ella, más concreta y sutilmente. Y miren dónde está Pablo: desaparecido, sin coleta y, por fortuna, habiéndose llevado consigo gran parte de la enorme crispación que generaba.
Esta nueva disyuntiva que plantea ahora la presidenta madrileña parece otro gran movimiento estratégico. Nadie dijo nunca que su inteligencia pudiera conseguirle un Nobel en una materia científica, pero su arrojo político, combinado con una inusual capacidad para provocar situaciones controvertidas, con punch y excluyentes, sin duda puede llevarle muy lejos. Quién sabe si a la Moncloa, y quién sabe si mucho antes de lo que querría Pablo Casado.
Escribo esto el 11 de julio desde Bosnia, tras haber recorrido parte de Croacia y de Montenegro. Hoy se cumplen 26 años de la matanza de Srebrenica, el evento más atroz ocurrido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Aquel día, los serbios de Bosnia mataron a unos 8.000 civiles bosnios, hombres y jóvenes. Hay que ser muy bestia, tanto como Ratko Mladic, para ordenar matar a miles de civiles. Hay que ser muy salvaje, como eran las unidades del VRS, el Ejército de la República de Srpska, el de los serbios de Bosnia, para obedecer esas órdenes. Hay que ser muy cruel, y estar muy loco o muy enfermo, o todo a la vez, para efectivamente coger un arma, apuntar una y otra vez a los civiles desarmados y asesinarlos. Uno tras otro cada minuto, cada hora, hasta contar miles en un solo día.
Aún siguen buscando en fosas comunes a unos 1.200 desaparecidos, porque desmembraban los cuerpos antes de cubrirlos de tierra, así que los restos de muchos de ellos todavía no han sido encontrados.
El rastro de la guerra de los Balcanes es posible encontrarlo en cada metro de Dubrovnik, Tivat o Sarajevo. Pero también en muchas de las reflexiones de los balcánicos, en la costa del Adriático que baña cualquiera de estos países. El conflicto está tan presente que uno duda si realmente ha terminado, como dictaron los acuerdos de Dayton, o si simplemente está oculto detrás de una frágil fachada.
“Solo hace falta un loco para que todo esto se dispare” argumenta, sin contener una mueca del miedo más evidente, un guía croata. Y, por las montañas y ciudades de los Balcanes, él ha visto a muchos.
Andrea cuenta en Korcula, la hermosa isla de Croacia, que tardó 20 años en volver a Montenegro, y que rechazó muchas veces ese viaje y los recursos económicos asociados porque, simplemente, “sabía que no me iba a encontrar bien en el país que aterrorizó a mi ciudad”.
Su mejor amiga es de Montenegro. Y continúa siéndolo porque nunca se han permitido hablar de la guerra. Bueno, una vez, y fue suficiente. “Nos dijimos: nunca más. Tenemos ideas opuestas de lo que pasó”.
Sobre qué pasó, más allá del medio millón de muertos que originó el conflicto, “depende de a quién le preguntes”, señala un productor de vinos croata. “Al final, dejó de haber buenos y malos. Todo el mundo se volvió loco”.
Otro viticultor, pero de Montenegro, recuerda el conflicto como “una guerra entre hermanos”. Pero los croatas nunca se consideraron hermanos ni de sus vecinos ni tampoco de los serbios. “Nosotros solo nos defendíamos. Ni siquiera teníamos un Ejército, ni armas. Nunca pensamos que fuéramos a necesitar ninguna de estas cosas para separarnos de Serbia, dado que la Constitución de Yugoslavia permitía abandonarla” afirma Andrea.
Las huellas del conflicto bélico de los 90 también se pueden seguir en el Museo de Crímenes contra la Humanidad y el Genocidio de Sarajevo. Aquí, las cuentas de los muertos dejan de ser cifras y adquieren nombres. El de Goran Cengic, por ejemplo, a quien mataron el 14 de junio del 92. Jugador profesional de balonmano, había defendido la camiseta nacional yugoslava. También intentó defender a su vecino, a quien estaban torturando, tras oír sus gritos.
Los mataron brutalmente a los dos, y encontraron sus cuerpos años después del final de la guerra. Cada caso de los cientos que aparecen en estas espeluznantes salas invita a preguntarse cómo es posible que el ser humano pueda cometer semejantes barbaridades y también descubrir vacunas en tiempo récord o enviar turistas al espacio, como pasará dentro de muy poco.
O cómo pueden exhibirse en ese museo para la desesperanza las tenazas que servían para torturar en los genitales a los detenidos en el campo de concentración de Celopek, cerca de la ciudad de Zvornik. O cómo puede entenderse una fotografía de dos hermanos de menos de cinco años, ambos con amputaciones en las piernas. En las cuatro.
No todo fue un desastre, es verdad. Como cuenta Svetlana Broz, la nieta del mariscal Tito en su maravilloso Buena gente en tiempos del mal, (Kailas Editorial, 2006), mucha gente arriesgó su vida por salvar la de enemigos que, civiles como ellos, no había hecho nada para que los militares de uno u otro bando pretendieran asesinarlos.
Miss Sarajevo fue la canción que cantaron Pavarotti y Bono en el festival de Módena en 1995. Para el cantante irlandés es “la mejor canción de U2”, si bien la coescribió con Brian Eno. También es el título del documental de Bill Carter sobre la resistencia de los habitantes de la ciudad durante el asedio al que fue sometida la ciudad durante cuatro años.
Una preciosa joven de 17 años, Inela Nogic, se hizo famosa en el mundo entero al convertirse en Miss Sarajevo Asediado en 1993. Su imagen representó el contrasentido de una guerra absurda, como todas, y cruel, como todas. La ganadora del certamen y otras concursantes mostraron la pancarta en la que se podía leer: “No dejéis que nos maten”. Ni así le hicieron (le hicimos) caso.
No parece necesario sugerir las similitudes potenciales de la situación en los Balcanes en los años 90 con la España actual, ni tampoco analizar las posibilidades de balcanización de nuestro país. Pero Ayuso dice que vamos a un cambio de régimen, por mucho que Sánchez asegure que en ningún caso va a romper España.
En los países balcánicos nadie quiere ni cree a los políticos. Aquí, ni bosnios ni croatas creyeron nunca que los serbios fueran a bombardear Dubrovnik o Sarajevo o a asesinar a miles de sus ciudadanos civiles un mal día de hace 26 años. “Parecía que eso solo podía suceder en las películas” asegura un mujer bosnia.
Tristemente, lo que ocurre en los filmes, demasiadas veces, acaba instalándose en una horrible realidad que nadie pensó posible. Si se empeñan los políticos, si surge el loco al que siguen los demás, si se dan las condiciones, y eso pasa muchas más veces de lo que pensamos, eso que parece imposible acaba imponiéndose.
No podemos olvidar el Dubrovnik bombardeado, las miles de vidas perdidas en Srebrenica, y el dolor que sacude a Bosnia cada 11 de julio. Hay que recordar un concurso de belleza que representa el coraje de una ciudad que sobrevivió a los francotiradores y al asedio más brutal en la historia moderna europea. Sólo así podemos aspirar a no repetir la historia.