La reciente crisis del Gobierno de coalición ha producido innumerables comentarios y análisis en los medios de comunicación. La mayoría coinciden, de un modo muy razonable, en que es un volantazo del presidente para reforzarse durante el segundo tramo de la legislatura y emerger, todavía más, como el único astro de Moncloa, ostentando un poder absoluto.
El próximo congreso del Partido Socialista (en octubre) será la oportunidad de Pedro Sánchez de corroborar su control de la organización del partido. Desde el Gobierno, los presidentes tienen el mejor argumento para evitar cualquier disensión interna: el poder.
El control sobre el partido, y por ende de las listas electorales al Congreso y al Senado, es lo que confiere al Gobierno estabilidad y capacidad de acción política. Gracias a él, el presidente tiene una sola voz y capacidad de iniciativa. Tanto los medios de comunicación como, sobre todo, la oposición parlamentaria, están de resultas de la iniciativa o de las ocurrencias del Gobierno. Algunos ministros parecen competir entre sí para ocupar páginas de prensa con titulares absurdos.
El cese de Iván Redondo es un regalo y un reconocimiento de Pedro Sánchez al aparato de Ferraz, indignado con el exceso de influencia de un consultor ajeno al Partido Socialista y cuyo resultado en las elecciones generales (Sánchez perdió tres escaños en 2019) y la hecatombe de las elecciones autonómicas de Madrid, en las que el PSOE quedó por detrás de Más Madrid, fue decepcionante.
Pedro Sánchez, segundo astro del socialismo universal (el primero fue, según la exministra Leire Pajín, José Luis Rodríguez Zapatero), es más una rémora que un activo del PSOE. No hay ningún signo de que el PSOE vaya a remontar. Todos los presidentes de Gobierno, desde Adolfo Suárez, han terminado perdiendo la mayoría parlamentaria cuando han entrado en declive.
El Gobierno de concentración, inédito desde 1978, es mucho más complejo y difícil de manejar que cualquier otro Gobierno en minoría parlamentaria y con el apoyo externo de otros partidos nacionalistas o afines.
Sánchez manda de modo absoluto sobre 17 de los 22 ministros, pero ha sido incapaz de cesar a ningún ministro de Podemos a pesar del evidente deterioro ante la opinión pública del responsable de Consumo, Alberto Garzón. Por no hablar de Irene Montero o de Manuel Castells.
Un Gobierno con voces discrepantes o contradictorias es un gallinero caótico. Los choques entre vicepresidentas, es decir, entre una reforzada Nadia Calviño frente a Yolanda Díaz, continuarán.
¿Qué decir de uno de los ministros más consistentes de este Gobierno, Luis Planas, que desmintió al ministro Garzón? Planas aseguró que no había habido ni acuerdo ni conversación previa con Garzón en el surrealista asunto del consumo de carne.
Durante el café de las reuniones del Consejo de Ministros, ¿creen ustedes que Alberto Garzón saluda siquiera al ministro Planas? ¿Creen ustedes que la ministra Calviño tiene una relación fluida con su compañera de Gobierno, Yolanda Díaz, empeñada en una nueva subida del salario mínimo y el control del precio de los alquileres?
Una interpretación, quizás acertada, es que a Pedro Sánchez no le preocupa demasiado lo estrafalario e inconveniente de las ocurrencias de los ministros de Podemos por ser la vía más directa hacia el desgaste de la extrema izquierda y porque, además, facilita el eventual trasvase de votos de Podemos hacia el PSOE.
Desaparecido en combate Pablo Iglesias, Pedro Sánchez puede gobernar con más comodidad e incluso permitirse humillar a un ministro de su gabinete afirmando que le encanta un “chuletón au point”. Quizás esperaba que Garzón dimitiera en la víspera de la crisis ministerial. La desautorización fue de las que hacen época.
En el debate del estado de la nación del 19 de febrero de 2013 Alfredo Pérez Rubalcaba definió la situación política del régimen del 78 como “grave” y reclamó grandes consensos entre los dos principales partidos españoles. Rubalcaba propuso pactos nacionales en todos los aspectos, incluida una reforma o actualización de la Constitución.
Fue una oportunidad perdida. El presidente del PP no quiso saber nada porque “era mucho lío”.
Si la situación en 2013 era grave, en 2021 es gravísima. El golpe separatista de 2017 confirmó el diagnóstico del líder socialista. España precisa un horizonte de sosiego, de reformas y de grandes consensos que no tienen por qué ser tan amplios como los de 1978.
Estamos en algo más importante que un cambio de ministros. Asistimos desde hace muchos años a una crisis del régimen del 78 y no hay mucho tiempo por delante. La nueva mayoría parlamentaria, después de las próximas elecciones generales, precisa hacer un diagnóstico y un balance, y abordar el conjunto de reformas que Pérez Rubalcaba mencionó desde la Tribuna del Congreso.
La experiencia demuestra que un deterioro político continuado es el caldo de cultivo ideal para la inestabilidad y de la ruptura. Es el horizonte que persiguen los separatistas y la extrema izquierda, pero que repugna a la inmensa mayoría de los españoles.