Feminismo liberal, eutanasia, aborto, gestación subrogada, libertades sexuales, libertad para comerciar, libertad para moverse a través de las fronteras, libertad para consumir lo que uno quiere y ser dueño de su propio cuerpo.
A fin de cuentas (y parafraseando a la economista estadounidense Deirdre McCloskey) esto va de ser adultos y de que los Gobiernos nos traten como tales en vez de cuidarnos como si fuésemos unos chiquillos.
Desde hace algunos días (y unas largas décadas) se insiste en que el Gobierno debe cuidarnos de determinadas sustancias o drogas que nos hacen dependientes o que nos perjudican. Suena a la época de la inhumana y demencial Inquisición, cuando el papa Inocencio VIII decretó, en el año 1484, la prohibición del cannabis porque este representaba una herejía.
Hoy, después de más de un año con las Administraciones encima pretendiendo cuidarnos de un virus, deberíamos darnos cuenta de que el Gobierno nunca es la solución a los problemas. Por el contrario, cuanto más se involucra y planifica el Gobierno, peor salen las cosas para los ciudadanos.
Mientras tanto, una subcomisión del Congreso de los Diputados emitirá un informe sobre la posible legalización del cannabis de uso medicinal tras estudiar regulaciones en otros territorios. Luego, el informe será remitido al Gobierno para que este tome una decisión que derivará o no en la posible legalización de su uso terapéutico en territorio español (y esperemos que así suceda).
Partamos del siguiente punto. El uso del cannabis (para uso recreativo, medicinal o el que sea) no es un tema de ideologías o de estatismo. Se trata de un derecho y de la libertad de consumir (insisto, recreativa o medicinalmente), siendo uno mismo el dueño y soberano de su propio cuerpo. En la esfera privada, el Gobierno no tiene nada que hacer.
“Son las drogas” dicen desde instituciones, Gobiernos y movimientos políticos. Pero, por si nuestros políticos todavía no lo han notado, el alcohol también es una droga. Y, de hecho, es una de las que, junto con la heroína y el tabaco, genera mayor dependencia.
Pero no por eso lo vamos a prohibir, ¿verdad? Nuestro mundo ya intentó prohibir el alcohol en los años 20 del siglo pasado en Estados Unidos con la Ley Seca y el resultado fue el surgimiento de Al Capone y otras mafias (también se prohibió en países como Rusia, Islandia, Finlandia o Noruega).
Mientras tanto, es la prohibición de las drogas y su persecución a través de la nefasta y fallida guerra contra las drogas la que ha llevado a América Latina a convertirse en un mar de sangre debido al narcotráfico ilegal, que ha financiado también al famoso socialismo del siglo XXI.
Pero hoy no vemos a los dueños de Mahou agarrándose a los tiros con los dueños de Cruzcampo. Y eso es, precisamente, porque el alcohol es legal.
Tampoco vemos a los dueños de Philip Morris agarrándose a los tiros con los dueños de Marlboro. Y eso también se debe a que el tabaco es legal y a que a nadie se le ocurriría prohibirlo (esperemos).
La prohibición nunca resuelve los problemas ni hace que las cosas desaparezcan. Si por eso fuera, ¡prohibamos la pobreza!
El vínculo existente entre el ser humano y las sustancias psicoactivas es ancestral. Y hay algo que debe quedar claro: tenemos derecho a la intoxicación. Como lo hacemos hoy y como lo hacía entonces el famoso Club des Hashischins con Victor Hugo, Alejandro Dumas, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Honoré de Balzac y Eugène Delacroix. También tenemos derecho a curarnos con lo que nos haga bien. Como lo hacían los romanos o los atenienses al usar el cannabis como analgésico, e incluso como lo hacían los humanos que habitaron este planeta hace más de 5.000 años.
Más allá de los efectos psicoactivos del THC (tetrahidrocannabinol, el principal constituyente psicoactivo del cannabis) están también los beneficios del CBD (cannabidiol), otro de los 113 cannabinoides que se encuentran en la planta y uno de los responsables del uso medicinal de la misma.
La experiencia y los estudios de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos confirman la efectividad del tratamiento con cannabinoides. Son tratamientos altamente efectivos a la hora de combatir migrañas, reducir la velocidad de crecimiento de los tumores, prevenir el Alzheimer, combatir el glaucoma, prevenir las convulsiones, bajar la ansiedad, aliviar los efectos de la quimioterapia, estimular el sueño y reducir los temblores del Parkinson, entre otros tantos beneficios.
Debemos quebrar los grandes tabúes y la ignorancia que gira alrededor de esta planta. Insisto, no es lo mismo el THC que el CBD. Se puede disfrutar de los beneficios medicinales sin que estos vayan, necesariamente, acompañados de los efectos psicotrópicos. De todos modos, tampoco debería ser un problema si quisieras disfrutar de esos efectos psicotrópicos.
Uno de los argumentos predilectos de los prohibicionistas para oponerse a la legalización suele ser que “si se legaliza el cannabis o cualquier otra droga habrá un mayor número de consumidores”.
Los hechos muestran una realidad radicalmente opuesta. Si analizamos el caso de Portugal, país que descriminalizó todas las drogas, observamos que allí se ha reducido el consumo de una manera monumental (incluido el consumo de heroína y cocaína). Las tasas de consumo de drogas en Portugal se encuentran entre las más bajas de la Unión Europea.
¿Qué significa esto? En los países de Europa, aproximadamente un 22% de los jóvenes consumen marihuana. En Portugal, esta cifra apenas llega a la mitad. La cifra más llamativa está asociada al consumo de heroína. Los adictos en el país han pasado del 1% al 0,3% en 19 años, teniendo además el índice más bajo de muertes relacionadas con las drogas. Todo esto desde que Portugal descriminalizó las drogas.
Porque en una sociedad donde las drogas están menos estigmatizadas, los usuarios que sufren problemas de adicción tendrán menos dificultades para pedir ayuda que en una sociedad donde se los percibe como criminales o delincuentes.
Por último, y como ha recordado Antonio Escohotado en reiteradas ocasiones: “De la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un Estado soberano y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”.
La solución está en despenalizar todas las drogas y vivir con ellas tal cual hemos hecho con el alcohol (y con el cannabis, antes de los condicionamientos morales, políticos y religiosos a lo largo de nuestra historia).
Queremos una sociedad de adultos en la que cada uno sea dueño de su propio cuerpo, asuma las responsabilidades de sus propias elecciones y pueda curarse con lo que le hace bien. Sociedades contractuales, pacíficas, voluntarias y de adultos. Esa es una sociedad liberal. Donde no hay víctimas, no hay crímenes.
En la sociedad liberal cabemos todos (desde monjas hasta prostitutas, desde consumidores de marihuana hasta los que sólo beben agua, desde los homosexuales hasta los heterosexuales). Pero en las sociedades conservadoras, lamentablemente, no cabemos todos. En la sociedad liberal no se imponen modelos de vida.
De eso trata la libertad. Somos adultos, tratamos a los demás como adultos y esperamos que los demás nos traten de la misma manera (incluidos los Gobiernos).