No es raro entre los grandes filósofos alemanes encontrar ciertas notas de simpatía hacia España (tampoco faltan antipatías). Simpatías que contrastan con una verdadera aversión hacia nuestro país (non placet Hispania, por decirlo con Erasmo) procedente de muchos historiadores alemanes, con Burckhardt a la cabeza. Aversión o simpatía de Alemania hacia el país del Quijote, como nos llaman, que suele estar en correlación inversa con la aversión o la simpatía hacia Francia.
Pocos conocen, sin embargo, que esa gigantesca figura filosófica que prácticamente creó la filosofía alemana, Gottfried Wilhelm Leibniz, expuso un juicio muy favorable al comportamiento histórico de España en contraste con el comportamiento de Francia. El hecho de que Leibniz escribiera alguna de sus obras en francés no fue óbice para manifestar su total oposición a la política de los Borbones.
Mars Christianissimus es un panfleto de Leibniz escrito en 1683 y dirigido contra la política expansionista de Luis XIV. En él, el filósofo prusiano se enmascara irónicamente bajo el disfraz de un autor galo-griego (o sea, galo-turco) que, sin tapujos, elogia la acción política internacional, completamente arbitraria y agresiva, del rey cristianísimo (superlativo con el que son dados a conocer los reyes franceses).
Así, Francia, en sus relaciones con el exterior, busca imponer su voluntad sobre los reinos vecinos, y para empezar sobre la propia Alemania, sin ningún tipo de cortapisas ni consideración hacia su libertad. Teniendo estos además la insolencia, continúa Leibniz, de mostrar oposición a las determinaciones y preceptos de tan mayestática voluntad:
La grandeza del rey y de la Corona de Francia están por encima de todos los otros derechos y promesas, sea cual sea su naturaleza.
Esta es la arrogante premisa con la que se desenvuelve, según Leibniz, la Francia de Luis XIV en sus relaciones con otras sociedades políticas. Siendo así, añade este autor galo-griego, que “es imposible defender las empresas francesas mediante los argumentos del derecho ordinario”.
Una acción política, la de este Marte Cristianísimo (tal es el calificativo que sirve de título al panfleto), que pretende desplegarse sobre el orbe sin atender, al modo turco, ni a la racionalidad ni al derecho de las sociedades políticas del entorno (rompiendo o manteniendo a capricho sus compromisos y tratados con ellas, según convenga).
Y todo ello, además, siempre en función de una pretendida finalidad mesiánica que, por supuesto, sólo está al alcance de la propia monarquía francesa. La causa de Cristo es, al parecer, la causa de Francia.
Curiosamente, termina Leibniz su ironía, esta causa marcial gala tiene como pretensión favorecer a la cristiandad con el sometimiento de los reinos cristianos contiguos, sin molestar ni enfrentarse al Imperio Turco (con el que muchas veces pacta el rey cristianísimo) y postergando dicho enfrentamiento sine die. O, más bien, renunciando directamente a él.
Es decir, Francia busca, con el apoyo del islam turco, el sometimiento despótico de los reinos cristianos vecinos. Y todo ello, sorprendentemente, para la mayor gloria de Cristo.
Esta militancia antifrancesa del gran filósofo alemán no se queda ahí. Leibniz insistirá en esta caracterización rapaz de la política internacional gala, ya sin ironías, en otro alegato escrito en 1703 y en el que, en el contexto de la guerra de sucesión de España, se muestra partidario del archiduque Carlos frente a Felipe de Anjou (nieto del Marte Cristianísimo) como aspirante legítimo al trono de las Españas.
En este nuevo alegato cerradamente austracista titulado Manifiesto en defensa de los derechos de Carlos III, rey de España, y de los justos motivos de su expedición, Leibniz aprovecha, además, para comparar a españoles y franceses, y también la distinta, incluso contraria, orientación de su política internacional, para terminar alineándose a favor de la española. Es el español un pueblo, dice Leibniz, “al que nadie pudo acusar nunca de bajeza ni de tener mal corazón”.
La comparación se ve aderezada con observaciones siempre favorables a España que no se restringen ni mucho menos al siglo XVII, sino que se remontan al siglo XIII, cuando España y Francia comienzan a rivalizar por Italia (desde 1282, con las vísperas sicilianas).
Releyendo este verano estos documentos, veo que Leibniz termina sus arremetidas con un pronóstico ciertamente inquietante. Y es que, como afirma con rotundidad el diplomático alemán, si los Borbones gobernasen en España podrá esta durar más o menos. Pero, en un par de siglos, terminará cayendo.